Te escribo desde ese lugar donde todavía estás,
Aunque ya no estés.
Ese rincón que guarda tu nombre,
tu risa,
y esas miradas que me dejaban sin aire.
Fuimos amigos,
compañeros de esos que no se encuentran fácil.
Charlas eternas en el patio,
puchos compartidos,
y esa sensación de que con vos todo era más liviano.
Después vino el beso,
medio de sorpresa,
medio inevitable.
Y yo, boludo, no supe verlo venir,
pensé que era un momento más,
sin saber que vos ya venías sintiendo mucho.
La cagué, ya sé.
Me porté como un pibe que no sabía lo que tenía,
y cuando me di cuenta de que te amaba,
ya estabas cansada,
llena de dudas,
y yo queriendo arreglar todo con parches.
Intentamos mil veces,
y mil veces nos rompimos.
Y aun así, algo de lo nuestro siempre quedó flotando.
Nos cruzamos todos los días,
y hay momentos en los que tu mirada me hace pensar
que nada se fue del todo.
Tus ojos grandes, brillantes,
eran un faro para mí.
En ellos me encontraba,
como si el mundo se detuviera para recordarme
que el amor también sabe mirar.
Te extraño, en serio.
Extraño tus mimos, las cosquillas,
esas charlas fumando bajo el cielo.
Extraño sentirme gigante
cuando me mirabas como si yo fuera tu lugar seguro.
Yo volvería, sin pensarlo,
porque siempre quise crecer con vos.
Y aunque ahora parezca que todo está dicho,
yo siento que la historia no terminó.
Si alguna vez sentís que querés volver,
acá voy a estar,
pero de verdad.
Ya no como antes,
sino como alguien que aprendió lo que es amar bien.
Siempre estás, L.
Y por si algún día volvés,
yo también.
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