Te busqué en la pradera, donde solías reír,
donde el viento decía que ibas a venir.
Pero ya no hay huellas, ni sombra, ni piel,
solo el eco del nombre que no dice “él”.
El atardecer se parte en pedazos
cuando pienso en tus labios, en nuestros abrazos.
Era fuego tu voz, era llama tu aliento,
y hoy es ceniza, silencio, tormento.
Nuestro campamento se volvió sepultura,
donde juramos amor y sembramos ruptura.
Dormimos tan cerca, tan lejos los dos…
yo amándote a gritos, y tú diciendo adiós.
Los lagos lo saben, lo vieron pasar:
cómo me rompía al verte marchar.
Sus aguas callaron, pero yo no olvidé
las promesas que hicimos… que tú quebraste.
La ciudad nos tragó con su falsa esperanza,
te llenó de ruido, te robó la balanza.
Yo era raíz, tú querías volar…
y te fuiste sin miedo, sin mirar atrás.
Ahora hablo con sombras, susurro tu nombre,
en cada rincón donde el alma se esconde.
Fuiste tormenta, fuiste puñal,
me dejaste sin aire, sin norte, sin sal.
Aún sangro tus besos, aún tiemblo en mi cama,
aunque sé que tu amor fue solo una trama.
Y si algún día vuelves, no esperes perdón…
te llevaste mi vida, dejaste el carbón.
Donde se ahogan los atardeceres, ahí muero yo,
entre cenizas y lágrimas, donde todo acabó.
No hay más luz ni futuro, no hay redención,
solo un corazón roto… sin resurrección.
Y en donde se ahogan los atardeceres,
mi voz se hunde entre hielos y seres.
Ya no queda consuelo, ni queda razón,
solo un cuerpo vacío con el mismo dolor.
Paola.z
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