La encontré en un sueño,
como si el tiempo no hubiera pasado,
como si nunca hubiera desaparecido
en el abismo de la incertidumbre.
Estaba ahí, sentada frente a mí,
sus manos sosteniendo un plato,
sus ojos iluminados por una paz
que no sé si alguna vez tuvo.
Comimos juntas, como antes,
como si la vida no la hubiera golpeado,
como si yo nunca hubiera tenido
que preguntarme si aún existía.
Reímos,
con esa liviandad que solo existe
cuando el dolor queda lejos,
cuando el mundo no duele tanto.
Pero desperté.
Y el vacío se abrió de nuevo,
recordándome que no sé nada,
que su historia se desvaneció
en un punto final que no pude leer.
¿Se habrá salvado?
¿O habrá decidido dejar de luchar?
No lo sé, no lo sabré.
Solo me queda este sueño,
donde, por un instante,
ella estaba bien.
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