Te quise en el lenguaje de las ramas,
en la sombra tibia del bosque que no ardía.
Fuimos raíz y eco,
pero nunca casa.
Tú y yo —
nos encontramos en la nostalgia,
en lo que soñamos más que en lo que fuimos.
Yo era invierno con sed de primavera,
y tú, verano que temía el deshielo.
Me soltaste sin palabras,
con el silencio frío de quien ya encontró refugio.
Y yo, que temblaba de amor,
me quedé helada
esperando a un fantasma que nunca volvió.
Pero hoy,
ya no te espero.
Hoy, no hay rencor,
pero tampoco hay espacio.
Hoy, me abrazo con la ternura
que te ofrecí mil veces y que tú con
ella solo venías a jugar.
No necesito que me pidas perdón.
Mi alma ya se lo dio a la tuya.
Y ese es el verdadero adiós:
cuando ya no duele,
pero tampoco vuelve.
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