"Donde la indiferencia se pudre"
Jun 26, 2025

He aquí el eco de una conciencia que no grita por ser oída, sino porque no puede callar. No ha logrado ser malo, ni hermoso, ni canalla, ni monstruo, ni siquiera un insecto miserable: eso no es una confesión, es un veredicto. Es la sentencia dictada por una mente que ha descendido tanto en su propia introspección que ha encontrado únicamente un vacío estéril, un rincón donde la luz no entra y el alma se pudre sin hacer ruido.
Este no es el lamento de un hombre fracasado ante el mundo. Es mucho más crudo: es el vómito existencial de quien ha descubierto que el mundo no lo reconoce, no lo niega, simplemente lo ignora. Porque el verdadero suplicio no es la derrota, sino la indiferencia universal. El ser que aquí habla se ha despojado de toda aspiración, incluso de las más viles. Ya no desea ser héroe ni villano, ni siquiera basura. Ya no persigue metas; se ha dado cuenta de que el trayecto mismo es una farsa para imbéciles.
El rincón en que se encuentra no es físico. Es una dimensión íntima, un espacio donde la mente se muerde a sí misma hasta sangrar pensamientos, donde el consuelo no consuela y la inteligencia es un castigo. Es el lugar donde el conocimiento se convierte en ácido que corroe cada idea de propósito, donde la lucidez se vuelve plomo fundido y la conciencia pesa más que los pecados.
El consuelo que intenta darse es tan hueco como el cráneo de aquellos que triunfan. Porque en esta visión invertida del mundo, sólo el idiota florece. Sólo el simple, el ciego de sí mismo, el mediocre optimista alcanza la cumbre… una cumbre de estiércol, sí, pero cumbre al fin. Y el inteligente, ese animal maldito, ese ser que piensa y repiensa hasta que la realidad se disuelve en su lengua como ceniza, ese queda postrado, desarmado por su propio intelecto.
Es la maldición del que ve demasiado: la conciencia sin esperanza. No hay redención en esta voz. Solo queda observar cómo los necios se coronan mientras el lúcido se autodevora, coronado con espinas, en su trono de sombras.
Así, esta frase no es una queja. Es una lápida escrita en carne viva. Y solo los que entienden su hedor la pueden leer sin vomitar.
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