¿Dónde estás los domingos?
Cuando la cama se me hace gigante
y tu olor, burlesco, danza por mi habitación,
confundiéndome.
¿Dónde estás cuando nadie me acaricia la espalda con ternura
ni se sonroja al mirarme?
¿Dónde estás los domingos, cuando leo poemas
y toda la habitación me hace eco,
menos tu voz?
¿Dónde estás cuando muero por hacer el amor por horas
y solo puedo alimentarme de recuerdos feroces?
Me pregunto si pensás en mí,
cuando mirás sus ojos negros.
¿Recordás todas las veces que, embobado, me decías
“Son preciosos, avellanas y dulces, amor”?
¿En la risa, me encontrás?
¿O en la quietud de tu alma
aparece mi recuerdo?
Porque si no es así, amor,
¿qué hago con todo el amor que te guardo?
¿Qué hago con estas descomunales ganas de amarte...?
Veo tu rostro cuando miro mi reflejo,
y cuando emito palabras, solo escucho tu voz.
El dolor de tu ausencia hace trazos hondos en mi piel,
y es tu recuerdo su tinta más punzante.
Pero es mi cuerpo quien se entrega sin medida,
desesperado por al menos sentirte grabado allí.
¿Dónde estás cuando me habitás entera?
Y cuando cada parte de mí
te suplica a gritos, que no dejes un centímetro de mi piel sin devorar.
¿Dónde estás cuando la melancolía me abraza, avasalladora,
y no tengo otra opción que buscar tu olor en la almohada?
Qué ganas inmensas de suplicarte que atravieses esa puerta
y me ames
tan solo este domingo.
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