Sostengo tu mano para derretirla con la mía mientras escapamos, eufóricos, del reventar de las olas eternas del mar. Puedo sentir tu risa retumbar en mi corazón, tus palabras clavarse en mis huesos, tus suspiros mezclarse con la brisa y desaparecer, pero me besas para apagar lo que amenaza con destruirnos.
Tu aliento se pierde con el mío, y ni siquiera nos importa que estamos temblando de frío o que la arena se ha clavado en nuestra piel al momento de caer. Solo somos tú y yo contra una necesidad palpable de reconocernos, conectar en lo profundo, y nada ni nadie tiene el valor para detenernos.
Entonces le ofrezco una mirada a la luna que se asoma tímidamente entre los últimos destellos del día, y le ruego que me conceda el deseo de que esto perdure más allá de una eternidad. Porque sé desde lo más profundo de mi ser que jamás me alcanzaría la vida para saciar mi hambre por ti, para demostrarte mi amor.
Y, si tan solo pudiera, detendría este momento en la playa donde nuestras almas están uniéndose en lo carnal para sentirse, amarse y jurarse devoción.
Una chispa eterna donde solo somos tú y yo.
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