Mateo caminaba despacio, mirando cómo sus zapatillas levantaban el polvo del sendero. No sabía bien desde cuándo había empezado a andar ni hacia dónde iba. Solo recordaba que, en algún momento, el camino detrás de él se había borrado, como si nunca hubiese existido.
“¿Y si nunca llego?”, se preguntaba, y cada vez que lo hacía el viento parecía soplar un poco más fuerte.
Al principio trató de apurar el paso, convencido de que debía encontrar algo: un cartel, una señal, una piedra conocida. Pero el camino seguía ahí, largo y quieto, doblando más adelante sin mostrarle qué venía después.
—No tiene sentido —murmuró—. Si no sé adónde voy, ¿para qué sigo caminando?
Entonces lo escuchó.
Un sonido leve, como si alguien riera detrás de un árbol. Mateo giró y no vio a nadie. Volvió a avanzar, y el sonido apareció otra vez, un poquito más cerca. Caminó siguiendo aquella risa suave hasta que encontró un caracol en medio del camino. Era minúsculo, y arrastraba su casa con una paciencia que lo dejó sin palabras.
—No tiene prisa —pensó Mateo en voz alta—. Solo avanza.
El caracol lo miró, o al menos eso creyó, y siguió su marcha diminuta. Mateo se agachó para acompañarlo con la vista hasta que desapareció entre las hojas secas. Después siguió su propio camino, sin saber por qué, un poco más tranquilo.
Pasaron horas, o tal vez minutos —el tiempo también parecía haberse borrado—, y el sendero empezó a llenarse de pequeñas cosas que antes no estaban: una pluma blanca, una piedra con forma de corazón, un hilo rojo que se enredó en su muñeca y se quedó allí, como un recuerdo de algo que aún no conocía.
Cada paso seguía sin prometerle un destino, pero ahora cada paso también tenía algo que mirar.
Cuando el sol empezó a esconderse detrás de los árboles, Mateo llegó a una curva. No se veía lo que había más allá. El viento soplaba distinto allí, como si del otro lado esperara algo que todavía no tenía nombre.
Tuvo miedo. El mismo miedo de antes. Pero ahora sabía que podía seguir caminando incluso con miedo.
Respiró hondo y dio un paso. Luego otro. Y otro.
Y el camino, en silencio, siguió doblando.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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