Donde descansa el alma

Hay algo que no se puede decir, algo que no cabe en las palabras. Es lo que sentí en tus brazos. Como si todo lo que dolía se quedara afuera, quieto, sin permiso para entrar. Como si el mundo, por un segundo eterno, se olvidara de su ruido y solo quedara el murmullo de tu respiración, guiando la mía. Dormir con vos no es cerrar los ojos, es abrir el alma. Es entregarse a un abismo manso donde no hay caída, solo flotar. Flotar en un silencio que no asusta, que cura.

Antes de vos, todos los lugares eran ajenos. Estuve en camas donde el cuerpo descansaba, pero el alma temblaba. En abrazos que abrigaban la piel pero no sabían nombrarme. Siempre algo me faltaba. Siempre algo me sobraba. Pero entonces te encontré. Y entendí. Que no importa si es una estación, una casa, una calle. Que el único lugar en el que quiero estar es en cualquiera que estés vos. Porque vos sos el sitio. Porque donde estés vos, está la calma. Y en un mundo que corre y exige, vos sos el único sitio donde me puedo detener sin culpa.

Amarte es una forma nueva de respirar. Es un idioma que no se enseña, que se recuerda. Como si ya lo supiera de antes, de otra vida, de algún rincón secreto donde ya te había amado sin saberlo. Tu abrazo no es un gesto: es una plegaria. Una forma sagrada de decir "acá estás a salvo". Y yo, que venía rota de tantos inviernos, encontré en vos una primavera que no pedía explicaciones.

No sé cómo se explica la paz que traés. Solo sé que en tu presencia, todo encaja. Que el universo podría desarmarse, pero si vos estás cerca, algo en mí seguiría intacto. Porque vos sos ese lugar donde el alma se sienta, suspira, y dice: ahora sí.