Doña Elena
Me gustaría aclararle, antes que todo y primero que nada, que yo no soy de esa clase de gente que cuente de sus cosas muy a menudo, aunque las ganas no me faltan si le soy sincero. Así que sépame disculpar si me cuesta hilar algunos asuntos. Téngame paciencia. Me pasa a menudo que me voy en mis pensamientos y se me escapan algunos detalles. Yo no tengo estudios, ¿vió? Solo soy un hombre de trabajo, un poco ignorante.
Yo les digo a las personas que me perdonen por ser bruto, y otras veces un poquito despistado también. A mi esposa no le gusta nada que me trate de bruto. Pero eso sí, eh, que en cuanto a lo de despistado no me reprocha nada. Dice que ahí me quedo corto cuando digo que lo soy solamente “un poquito”.
También me gusta compartir historias. Me gusta hablar con la gente porque verá, en mi trabajo no tengo con quien charlar. No es común tener la posibilidad de sentarse a dialogar un rato, y si hay algo que me agrada a mi edad es conversar. Para escuchar y que lo escuchen a uno. Me gusta la compañía, ¿me entiende?
Como ve, ya me estoy yendo un poco de hacia donde quiero ir. Y justo hablando de historias, le quiero contar una a usted sobre alguien que conocí en mi trabajo. Le agradezco que se tome su tiempo, en serio, porque últimamente siento que nadie me escucha. A mi esposa ya no le cuento más mis cosas del trabajo porque dice que no le gusta oírlas y que prefiere hablar de otros temas más alegres. A mis amigos, a los veteranos del barrio, parece que tampoco les agrada porque apenas empiezo a decirles algo ya me cambian la conversación, ¿vió? Capaz sean aburridas o capaz yo no las sé contar. Como sea, es por eso que con usted haré mi mejor esfuerzo porque ya el hecho de que esté acá atendiendo a esto amerita que le ponga todo mi empeño.
Tengo una amiga, yo. Doña Elena se llama. La conocí un día de esos que son lindos y tranquilos donde no me molestan tanto, aunque eso ahora es un tema aparte. Si, lo recuerdo muy bien. Ella estaba en su puesto de siempre. Tenía unas rosas blancas muy bonitas a su lado encima de un altarcito de piedra pequeño que, según tengo entendido, un nietito de ella se lo había hecho.
Doña Elena es una mujer muy mayor y muy cálida. Lo resalto no tanto por lo que hace sino más bien por lo que no hace. Lo que quiero decir es que a mi edad que haya una persona que lo respete a uno es de valorar, por lo que no tardé en acercármele y fue así como empezamos a pasar tiempo juntos.
No me malinterprete, es solo una amiga. Mi esposa sabe de ella pero cuando le quiero contar algo acerca de Doña Elena me habla encima y empieza a decir cualquier otra cosa para desviar la charla. Yo creo que algo de celos debe tener pero como a mí no me gusta jugar con esas cosas prefiero no mencionársela más que cuando es necesario.
Desde que la conocí, la saludaba todos los días tanto al llegar como al irme, como bien corresponde tratar a los mayores. Noté una vez, con mucha pena la verdad, que hace ya rato no le llevaban esas bonitas rosas blancas que tanto le gustaban, o que al menos supuse que le gustaban porque la primera vez que la vi con ellas tenía una gran sonrisa.
Me dio pena porque a la pobrecita ya no la visitaba su nietito como antes y yo la estimo tanto que en ese momento no quería que dejara de sonreír. Usted tal vez aun sea muy joven para llegar comprenderme esto del todo, pero no sabe cuán grato es llegar y ver alegres a quienes uno aprecia. Así que con un poco de vergüenza y otro tanto de miedo a que se me ofendiera decidí ir un día al terminar mi jornada, y antes de tomarme el tren de regreso a casa, parar en la florería del frente y comprarle un humilde ramito de esas rosas blancas. Me devolví y se lo entregué. Ella sonreía, por lo que sentí que le habían gustado.
Así fue que nació nuestra amistad. Doña Elena es mi amiga y aunque no sepa mucho de ella más que su fecha de cumpleaños y el lugar donde nació, para mí es más que suficiente, ¿me entiende?. Yo sé que le dije que me gusta charlar, pero con ella es distinto. A veces solo voy a sentarme con mi banquito al lado de su puesto y hago mis cosas mientras ella sigue ahí en lo suyo. No pretendo más tampoco. Nos hacemos compañía uno al otro como buenos compañeros.
Pero por desgracia no todos son como ella. Allá también hay gente que no es tan agradable como Doña Elena. Le comento, a mí me gusta tener mi lugar de trabajo en orden. Eso es ley. Nada de desprolijidades y cosas así. No sé qué crea usted pero para mí la gente ordenada y aseada se respeta a sí misma y respeta a los demás. ¿¡Qué es eso de tener todo revuelto o un desastre donde uno está!?, ¿y encima a la vista de todos? ¡No señor, esas cosas acá no son bienvenidas!...
Oh..., perdóneme, me fui por las ramas. Yo le dije que a veces me voy con mis pensamientos pero no se preocupe que viene a cuento esto que le digo. Viene a cuento.
Todos los días a cierta hora yo recojo mi escoba con mi palita, algunos objetos más y salgo a limpiar. En mi recorrido paso por muchos puestos. Siempre arranco cerca de la entrada donde está por ahí nomás Doña Elena y sigo camino para luego dar una vuelta y volver otra vez a la entrada. En los otros puestos también hay gente, pero ellos no son agradables.
Hay una pareja muy mal educada que en algunas ocasiones yo paso y empiezan a decirme cosas. Me insultan, pero yo no respondo. No me gustan las groserías. Creo que así no deben tratarse las personas tampoco. Pero también debo decir que la mayoría de las veces se gritan entre ellos, o discuten mucho y pelean. Hablan medio raro porque no se les entiende muy bien lo que dicen. Gritan tanto que ya han puesto varias quejas las personas que pasan caminando por afuera y los oyen. Igual de acá a un tiempo están más calmados, eso sí. Pero cuando empiezan... ¡uf!, se los escucha hasta donde yo estoy y eso que es lejos.
Pero ahí no termina la cosa, no. Hay unas nenitas bastante groseras también. Le hacen compañía a la madre, o al menos yo creo que es su madre porque su puesto está cerca de donde ellas juegan. No me cae bien esa señora porque las escucha portarse mal y nunca las reta. Esas nenas necesitan disciplina. Me han contado que son dos hermanitas. Podrá creer que cada vez que paso limpiando las escucho que se ríen. Se ríen de mí, ¿sabe? ¿Cómo es eso de que siempre que paso yo se matan a carcajadas? Espero no me juzgue de perseguido pero le digo que al principio yo también pensé que estaban jugando nada más. Vamos, que son dos nenas y es normal que se maten de risa mientras corren de acá para allá. Pero en la medida que se repetía esto descubrí que siempre arrancaban cuando andaba cerca y se callaban cuando me alejaba. Siempre las escucho ahí chistándose entre ellas y empiezan jua jua jua. Pero si tendré mala suerte que nunca las puedo ver, che. El día que las encuentre, mire, ya se lo digo yo, me van a escuchar. Los chicos serán chicos pero tienen que saber respetar a los grandes.
Y eso no es todo. No, señor. Porque verá usted qué suerte la mía que tengo a un viejo maldito en otro puesto. Perdón la expresión pero es que ese es el peor de todos. Me esconde las cosas. Yo me distraigo un segundo, un segundo nomás, y desaparece mi palita o me mueve la escoba de lugar. Después aparece lo que se me perdió tirado por ahí. Yo estoy seguro que es él aunque nunca lo vi agarrando nada ni llevándoselas. Es solo por eso que no le puedo decir nada. Tiene una expresión fría siempre que paso por ahí. Un aspecto de persona muy seria pero a mí no me engaña. Es un viejo pícaro, mire usted. Que tras esa cara dura se esconde un diablo. Es un diablo ese viejo de lo malo que es. Espero me disculpe el exabrupto, pero es que me supera.
Míreme, al final yo estoy acá para contarle la historia de mi amiga Doña Elena y le terminé contando de mi trabajo que encima... ¡Ah, espere!, mire nomás. Me acabo de dar cuenta que nunca le dije a qué me dedico.
Soy el guardián nocturno del cementerio. ¿Vio ese grande que está detrás de las vías del Roca?, ¿el municipal? Ese mismo. Pero qué vergüenza, vea de lo que me fui a olvidar. Pero bueno, es un detallito nada más. Yo le dije que soy un poquito despistado. Espero no coincida con mi esposa en que el “poquito” está de más.
Así que bueno, ahora que sabe dónde me encuentro sepa que su bienvenida será tomada con agrado y que puede visitarme cuando guste. Y le agradezco enormemente, otra vez, que se haya quedado aquí prestándome su atención. Tenía muchas ganas de contarle a alguien sobre ella, sobre Doña Elena, quien siempre sonríe y nunca le falta el respeto a nadie.
Ella no se ríe de mí ni me esconde las cosas. Es una gran amiga, de las pocas buenas personas que quedan, ¿me entiende? Ya esta semana le llevé su ramito pero es tan agradable que me decidí a llevarle otro mañana. Se lo merece en verdad.
Ah, y no se preocupe por lo que acabo de contarle, eh. Yo ya estoy acostumbrado. Curado de espanto como quién dice. Tampoco crea que me lo estoy imaginando a todo esto. Yo no soy un loco de esos. Solo soy un hombre trabajador... que últimamente se siente solo y le gusta charlar con alguien de sus cosas, ¿vió?
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