A veces me descubro mirándola mientras habla de él, de ellos, de cualquiera que no soy yo. Y no lo hace con maldad, no lo creo. Simplemente le nace, como si su corazón tuviera un mecanismo automático que se activa para todos menos para mí. Y mientras la escucho, me invade esa sensación incómoda de ser un invitado en mi propia vida, un extra en una historia en la que pensé que era protagonista.
No sé en qué momento empecé a compararme con alguien más. Quizá fue el día en que me di cuenta de que su sonrisa para otros es distinta, más ligera, más viva. Conmigo parece que pesa. Como si estuviera obligada a sacarla de donde ya no hay nada. Y yo, estúpidamente, intento convencerme de que exagero, de que no es así, pero basta verla encenderse por otros para entender lo que no quiero aceptar: yo no provoco ese brillo en ella.
Me pregunto qué tiene él. Qué tienen ellos. ¿Qué ofrecen que yo no pueda dar? Y aunque trato de no hacerlo, termino rebajándome por dentro, imaginándome más pequeño, más torpe, menos todo. Hay días en que daría lo que fuera por ser uno de esos nombres que menciona con entusiasmo, de esas personas a quienes les dedica su energía sin dudar. Solo para saber cómo se siente ser importante para ella, aunque fuera por un momento.
Porque conmigo… conmigo parece que siempre hay un “después”, un “luego”, un lugar al final de la fila. Soy el que espera, el que entiende, el que se adapta. El que ama más de lo que debería. Me he vuelto experto en conformarme con lo mínimo, en encontrar alivio en migajas que ni siquiera fueron pensadas para mí.
Lo más triste es que ella no necesita decir nada para hacerme a un lado. Lo hace sin darse cuenta. Le basta ofrecerle a otro lo que nunca me dio, y yo solo miro, con ese nudo que se forma entre el pecho y la garganta, preguntándome por qué no puedo ser ese otro. Por qué no puedo ser ese hombre que despierta en ella lo que yo jamás logré.
Al final del día, vuelvo a ser solo yo, intentando encajar en un lugar que no está hecho para mi forma. Queriendo que ella me quiera como quiere a los demás. Aferrado a la idea absurda de que quizá, algún día, me mire con el mismo interés que dedica a cualquiera que pasa por su vida. Pero deep down, en el fondo más honesto, sé que ese día no llegará.
Y aun así, aquí sigo. Como si amar más fuera suficiente para que deje de amarme menos.
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