Domingo: El camino del medio

Las verdades, al final, las regala el corazón

Es difícil aceptar verdades. No me refiero a lo que uno dice del otro, sino a las verdades del corazón, lo que en el fondo sabemos pero aún no podemos o no queremos aceptar. No por terquedad o por capricho, sino por visión, por perspectiva.

Aceptar una verdad propia conlleva de maduración. Así como lo hace el fruto de un árbol o la flor de una planta, al silencio hay que dejarlo madurar hasta que salga en forma de un grito desgarrador muy al borde de la calma.

Precisa ampararse afuera de todo juicio, donde vale tanto llorar con la misma intensidad con la que se ríe. A la manera de un kilo de plomo y un kilo de pluma: distinto material, mismo peso.

Ampararse en los colores, en cualquier color similar a los del cielo, en la brevedad de una frase, en una palabra, en un interludio, en los amigos.

No hay verdades absolutas. Es como una ecuación sin fórmula aparente, no tiene que ser exacta y, aun así, el resultado es perfecto. Es atemporal y sin lugar preciso. Y el resultado es la convergencia de los puntos que solo se unen hacia atrás.

Gracias a los contrastes existen los matices, el camino del medio.

La verdad, tu verdad, es esa que puede cambiar y, aun así, nadie puede juzgar.