El domingo llega con su manto sombrío, un eco de sueños que se desvanecen, un susurro de risas que se apagan, dejando solo el vacío en nuestras almas.
El fin de semana prometió liberación, pero su ilusión se disolvió con el sol, y el domingo, con su toque helado, nos recuerda que la rutina nunca nos abandonó.
Es un día sin esperanza, sin promesas, donde el tiempo parece detenerse en su tristeza, un rincón frío del calendario, donde la vida se desnuda en su crudeza.
La semana empieza y termina en un ciclo sin fin, un carrusel de responsabilidades y tedio, y el domingo, en su quietud melancólica, nos muestra que nada ha cambiado, que seguimos en el mismo predio.
Cada intento de escapar, cada pequeña rebelión, se encuentra con la realidad implacable, y el domingo, con su silencio abrumador, nos sume en una reflexión amarga, ineludible.
La vida, en su absurdo perpetuo, se burla de nuestras breves alegrías, y el domingo, espejo de nuestra desolación, nos enfrenta con la verdad de nuestras vidas vacías.
Pero tal vez, en este reflejo sombrío, encontramos un destello de esperanza frágil, que, aunque la vida sea un ciclo monótono, el próximo fin de semana nos salve, distinto, milagroso.

Mateo Gonzalez
Trabajo día a día para que el mundo sea un poco más justo, más empático y más tolerante, y prometo hacerlo hasta mí última bocanada de aire.
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