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    Domingo 7 de la tarde

    aylu

    Jun 30, 2024

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    Domingo 7 de la tarde
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    Cuando el reloj marca las siete y el sol se derrama en un último suspiro,

    el domingo se desangra en el horizonte, un espectro que se desvanece.

    Las sombras se alargan, como dedos fríos que acarician el alma,

    y la tristeza se posa en cada rincón, en cada grieta de la tarde.

    La luz se apaga lentamente, se disuelve en un mar de melancolía,

    y el cielo, teñido de un gris opaco, refleja la miseria que nos envuelve.

    Es la hora en que los recuerdos flotan como fantasmas,

    ecos lejanos de risas que ya no existen, de sueños que se perdieron.

    El viento susurra secretos, palabras no dichas que se clavan en el pecho,

    y el silencio se vuelve un manto pesado, una cárcel de soledad.

    Las paredes parecen murmurar historias de ausencias,

    y cada sombra es un reflejo de la nostalgia que nos consume.

    El domingo a las siete es un desierto de minutos interminables,

    donde el tiempo se arrastra como una serpiente herida,

    y el corazón late en un compás de tristeza,

    una sinfonía de suspiros rotos y lamentos mudos.

    Las calles, vacías y desoladas, son espejos de nuestra angustia,

    y los pasos resonantes son ecos de nuestra soledad.

    El aire se llena de un perfume agrio, de promesas olvidadas,

    de deseos que se disuelven como cenizas en el viento.

    En este ocaso, la esperanza es una estrella distante,

    un parpadeo débil en la inmensidad del silencio.

    Las horas que fueron se desvanecen en el crepúsculo,

    y el futuro se cierne como una sombra oscura, como un abismo insondable.

    Así, el domingo a las siete de la tarde es un cuadro de tristeza,

    pintado con los colores de la desolación y la miseria.

    Es la hora en que el alma se siente desnuda y vulnerable,

    un pájaro herido que vuela en círculos, atrapado en una jaula de sombras.

    La noche avanza, lenta y pesada, y el corazón se cierra en un suspiro,

    un último latido antes de rendirse al sueño, a la oscuridad.

    Y en este instante, en esta hora de angustia,

    el domingo se convierte en un eco eterno, en un lamento perpetuo,

    una herida abierta en el tiempo, una tristeza que no se apaga.

    aylu

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