Las plantas de esta casa no te echan de menos.
Ya no tienen a alguien que se olvide de regarlas todos los días.
Ahora que no estás,
brota verde aquello que un día estuvo yermo,
florece otra vez todo lo mustio.
La cama siempre está hecha.
Las sábanas, siempre im-pe-cables.
Pero era más fácil doblarlas entre dos.
Era más divertido deshacerlas entre los dos.
¿La cocina?
La cocina está impoluta.
Resplandece el brillo de la encimera.
Pero me lo pasaba mejor cuando la ensuciábamos,
cocinando platos malísimos entre risas contagiosas.
Prefería el agobio de limpiar todos esos platos, ollas y cubiertos.
Era muchísimo mejor que este silencio pulcro.
El baño vuelve a ser de mármol blanco.
Se acabó la guerra de tus colonias con las mías,
la colonización de tus cepillos de dientes,
el saber quién de los dos se había afeitado.
Ahora está muy limpio, pero muy vacío.
Hace tiempo que ya no huele a ti.
Mi cepillo tampoco te echa de menos.
Pero la paz es muy aburrida.
Y dime:
Si ahora que ya no estás
tengo esta casa ordenada,
¿por qué esta casa ya no es mi casa?
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