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DOBLEPIENSA

Sep 11, 2025

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DOBLEPIENSA
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Un nombre heredado es como una mancha de Rorschach. Unos ven destino, algunos repeticiones y otros apenas un garabato sin sentido.

Pero todas esas interpretaciones son ciertas al mismo tiempo.

Llevar un nombre repetido es un acto de doblepiensa. Es como entrar en un pasillo de espejos donde cada reflejo devuelve también la sombra de alguien más.

Los padres, a veces nos heredan mucho más que el ADN, dejan sonidos que vibran, llaves que abren cuartos donde nunca estuvimos y aún así sentimos que conocemos.

Nombrar a un hijo como a ellos mismos, o como a sus padres o abuelos, es un intento de continuidad, una plegaria a la memoria, un conjuro, (muchas veces inconsciente), para que lo que no se resolvió, encuentre oportunidad de hacerlo, a través de nosotros.

La palabra repetida invoca lo que fue y lo que podría haber sido, colapsa tiempos que nunca caminaron juntos.

Orwell hablaba de doblepiensa para describir la contradicción de sostener dos verdades opuestas.

Los nombres repetidos hacen casi lo mismo. Te obligan a habitar dos resonancias, a ser vos y a ser eco. Se convierten en llaves que abren puertas que nunca elegiste cruzar.

A veces son jaulas, donde la historia se repite.

Otras son laberintos, donde somos los primeros en llegar a la salida.

Y a veces, son espejos. Ahí descubrimos que lo heredado también puede ser resignificado.

¿Somos continuidad o traducción?¿Somos reparación o una copia infinita?

El nombre es un abrigo heredado que a veces te saca el frío y a veces te pesa toneladas. Es una llave oxidada que no sabés si abre o va a partirse adentro de la cerradura. Es un espejo que te devuelve un rostro que no es el tuyo.

O quizá todos eso a la vez.

Y el verdadero acto de libertad es aceptar que cada vez que nos nombran, colapsa la onda de un pasado. Se reactiva un linaje, se convoca una vibración antigua.

Porque al final, cada vez que me llaman, no solo respondo yo. También responden ellos.

El desafío no es negar el doblepiensa, sino aprender a elegir en qué mancha reconocerse, qué reflejo sostener, qué camino abrir entre las voces que nos preceden y no tener miedo de repetir nuestro nombre frente al espejo.

Melina Marcos

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