Siempre siento que estoy llegando tarde a las cosas de la vida. Y sé que vas a decir “sí, sí, a todos nos pasa”, “eso es común”, pero no. Esto va más allá. Es un sentimiento más profundo. Se volvió tan pesado que me cuesta llevarlo. Me pesa en los hombros y me pesa en la voz. Te explico: pienso obsesivamente en los años que pasaron. En la fugacidad del tiempo. En lo que se me escapa. En mi capacidad de discernir y recordar los detalles de las cosas que sucedieron: “¿qué hice en el 2018? ¿Y en el 2010? ¿cómo no me ocupé de mis temas tormentosos? ¿Qué sentía yo en ese momento? ¿era una chica diferente?”. El pensamiento va y viene. Es recurrente. Obsesivo. Incesante. Lo que no entiendo es ¿de qué tengo miedo exactamente? ¿Cuál es el escenario más catastrófico que puede suceder? ¿Qué riesgo existe de que algo se modifique y cambie? No puedo no imaginarme tomando otros caminos, eligiendo otras cosas, intercambiando pequeños detalles que ¿hubieran cambiado el todo de lo que soy hoy? No sé. Tengo también la obsesión de guardar cada cosa material que me conecte con algún sentir pasado: un papelito de una película que vi en 2013, la servilleta de mi mejor amiga que tomó la comunión en el 2004, una cuchara de helado con forma de corazón que me regaló un ex novio. Esa conducta me acompaña desde niña. Es esta manía de querer recordarme algo en un intento desesperado por no olvidarme nunca de quién soy o fui. Esto es algo que me pasa desde que me volví grande y miro a la gente que me rodea, los veo felices y puedo empatizar con ese sentimiento. Los entiendo. Los observo armando familias, amando sus niños, mascotas y trabajos, sin otra preocupación más que las cotidianas. Del día a día. Mundanas… En un punto me enoja saber que no soy así. Yo quería ser como todos. Quería vivir en paz. Parecen cómodos. Tranquilos. Y yo me siento diferente. Espero otras cosas, pero no sé cuáles. Hay algo del orden del misterio que todavía no descubro. Esa es la desesperación de mi mente que divaga y no vuelve al ahora. ¡Imaginense usted cómo fue las veces que intenté verbalizar este sentimiento! No he sido juzgada, pero sí incomprendida. Me miran con ojos grandes cuando declaro “siento que incluso en los momentos felices de mi vida he estado triste”. No lo adivinan. Es algo que vino conmigo. ¿Me entiende? Cada vez que ocurría un evento celebratorio, un logro, un motivo de festejo, mi boca sonreía y mis labios formaban una mueca, pero en mis adentros, estaba triste. Siempre acompañada de la nostalgia que todavía me sigue a todas partes. Aunque no sepa bien por qué.
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