Distancias IV; del arco Anaranjado.
Nunca quise ir; por favor, no sabés lo patética que era la escena de verte esperando. Perdón si se me cae un poquito lo de reina, pero lo tuyo no fue más que una paja intelectual. Te la sigo un cachito porque me das pena. Me quedé de mi lado del puente, por eso no fui, me quedé en el mundo real.
Jugué irónicamente con vos contando las baldosas que nos estarían separando, estaba sentada en uno de los banquitos que rodean el lago, creo que no me viste, pero pienso que si incluso te hubieses sentado al lado mío, no te hubieses ni enterado. Y eso que jugué con ser tu espejo, con mostrarte todo lo que buscás; pero como no tenés ni la menor idea de quién sos, no había chance de encontrarme. No dije nada, no hacía falta, aprendiste a hablar por los dos. Te perdí antes de encontrarte, pero no te lo dije. Me dejé ir porque había algo fascinante en verte nadar en tus propios delirios, en dejar que tus palabras se confundieran con el viento y se volvieran poemas que eran todo menos míos. Nunca entendiste mis ausencias porque siempre buscaste explicarlas. A mí no me importaba qué paraguas elegir, ni qué ropa vestir para verte; ya era tarde para pensar en esas cosas. Mi distancia era otra, una que no medía en pasos ni en parques conocidos. Estaba hecha de los silencios que dejábamos colgar entre nosotros, de los ruidos lejanos de una ciudad que no sabíamos habitar juntos, de ese constante mirar al cielo para encontrar respuestas que nunca estaban ahí.
Algunas cosas las entendés igual; sos bastante inteligente. Pero otras las distorsionás lo suficiente como para que entren sin apretarlas en tu mundo imaginario; el aire es aire, y no mucho más, entendés lo que te quiero decir? Me daba risa verte recorrer los jardines buscándole formas a tu sombra. Que nenito sos, pero te quiero; te quise, y te voy a querer siempre.
Tuve que aprender a verme como la grieta en tu narración, un hueco que no sabías llenar con tus palabras porque tu retórica, por magnífica que fuera, no tocaba la esencia de lo que realmente soy. No lo tomes a mal, nunca pretendí que lo entendieras. Dejame decirte algo: Un puente no solo conecta, gordo, también expresa distancia y creo que quisiste obviar ese básico concepto. Tantas cosas pretendías de este amor y yo solo quería ser libre, que no me rompan las pelotas. Me escape de tu definición porque soy mucho más que eso, ¿tanto te costaba entender? Vos buscando lo divino, y yo tomando mate acá en la tierra, en el mismo parque que vos.
Nunca me pediste que viniera. Nunca lo necesitaste de la manera que decías hacerlo. Te asustaba la idea de que yo caminara por esos mismos parques, de que mis huellas se mezclaran con las tuyas y deshicieran esa soledad que tanto necesitabas para escribir. Porque, en el fondo, amabas más tu creación que a mí, y lo supe siempre. Y está bien, porque también yo me perdía en mis propias narrativas, en mis escapes sigilosos al borde de lo invisible.
Nunca quise ir pero estuve en el mismo lugar que vos. ¿Y sabés por que no nos cruzamos? Porque ni siquiera me invitaste. Una secuencia de metáforas no necesariamente es una invitación; yo jamás bajaría del cielo a acariciarte. Me sentí tan estúpida en el proceso de darme cuenta que estabas enamorado de otra cosa. Estás tan enamorado de lo que creés de mí que te olvidaste de que existo de verdad. Y lo de las huellas es lo que más me rompe las pelotas, si yo dejaba huellas en el parque te ibas a asustar, te aterraría el no estar solo para escribir todas estas boludeces que precisan de vos y nada más. Mirá si me acercaba a saludarte y el viento me despeinaba; mirá si te enterabas de que pasan estas cosas.
En un momento me fui porque me cansé de que me encierres en tu idioma, estás seguro de que reconocerías aunque sea el tono de mi voz? Yo no destruyo ni construyo, che, yo solo camino y huelo las flores, a veces me río con las viejas que hacen yoga, yo solo soy y voy siendo constantemente.
Así que, sí, me fui. Me fui mientras te escuchaba entre líneas, mientras sentías que el barro te manchaba con mi esencia. Me fui porque cada palabra que escribías era una jaula, un intento de atraparme en tu poética, y yo, vestida de vendaval, no sé permanecer. No me adores por lo que creés que soy. No pongas tu cordura en mi altar ni esperes que aparezca para justificar lo que nunca entendimos. Dejame ser la fuerza que toca sin manos, que altera sin intención. Yo no te destruyo ni te construyo. Solo soy.
Ahora, desde este lado, miro el puente que quisiste cruzar por mí y entiendo que ya no me encontrarás ahí. Porque siempre fui el reflejo de lo que vos necesitabas encontrar en vos mismo, y en esa búsqueda, ambos nos desdibujamos. No me llamés más; no me escribas como si yo fuera tu salida al sinsentido. Mi amor nunca fue una respuesta; fue, apenas, una pregunta en el margen de tu página.
No me definas. No me atrapes. Te dejo en paz, donde el arco anaranjado se vuelve un portal hacia todo lo que nunca entendimos. Y está bien, porque algunas distancias no están para ser recorridas, sino para recordarnos que no todo puede ni debe alcanzarse.
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