Una jaula de alambre fino, tejida con necesidad y falso deseo me mantuvo cautiva donde mi verdadero ser había llorado. Pero cuando el fantasma regresó, una sombra en el cristal arrojando viejas amenazas como piedras a un pozo seco, buscando la cosecha del pánico, la cadena familiar, simplemente observé y me negué a romper el hechizo.
El anzuelo estaba cebado, pero mi boca estaba sellada. Ni un suspiro de miedo, ni un impulso de lucha o súplica. No ofrecí nada para que esa herida sanara; le di silencio, y ese silencio me liberó.
El ataque de una víbora requiere una vena; un titiritero necesita un hilo que tirar y tensar. Y en ese espacio vacío donde debería haber estado mi reacción construí un cielo sin límites donde puedo volar de nuevo.
La marea perniciosa se ha roto, su dominio por fin se ha agotado. Ahora soy como el océano, serena bajo el sol. Como el agua, que no puede ser retenida. Y el eco de su miedo es solo el sonido de la puerta que se cierra sobre la vida que he dejado atrás.
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