Ésa, aquella, Sofía, vos. Son no más que anclas que se esfuerzan en capturar lo que siempre se nos escapa, lo que va más rápido que nosotros en su estado más simple. Y entonces correrlo no es más que un esfuerzo inoportuno, mera melancolía y soporte para intentar darnos consuelo a nosotros mismos cuando estemos devastados.
Hay algo que se nos escapa todo el tiempo, y el intentar fijarlo debería de ser un mal chiste, uno de esos a las tres de la mañana estando borrachos, cuando ya nos reímos de cualquier cosa porque lo librado de las barreras mentales tiene bastante más humor. Por lo menos que yo, que él, que ella, que ahora nos reímos entre la mesa; ya se cayeron dos vasos y nos seguimos ahogando, las risas sofocan las gargantas, se prohiben las comidas por temor a una muerte absurda, una muerte que ninguno de los presentes podría impedir, y que probablemente roce lo psicópata cuando veamos las noticias: un muerto, entre cuatro amigos que se descostillaban de risa sin hilo aparente.
Las fotos son un engaño, un artificio cruel que no refleja el desgaste, porque se desgastará ella poniéndose amarilla y húmeda si no se guarda bien; se le apagarán los colores, pero jamás cambiará de pose, de peinado, de tono de alguna de las risas. Pero indignarme con la foto me alejaba más del foco.
Hasta los nombres intentan captar algo de todo lo que se nos escapa, de algo que se nos cuela entre los dedos y que solo es un instante, para alguien, por algo, en un preciso e irrepetible instante que, de solo pensarlo, ya se muere.
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