Disculpe, señor, con permiso. ¡No puedo atrasarme! Espero que lo entienda y que no se enoje. ¡No, no! No es que vaya tarde, pero me atormenta el seguir aquí, sin haber alcanzado la meta. ¡Y usted se ríe! ¿pero es que será posible? ¡Señor! ¡Ah! Es que yo no puedo enojarme con usted. Apenas me escucha, su voz se quiebra y me responde como en otro tiempo. Lo veo sin dientes, inclinado y sin fuerza en las rodillas. Siéntese un poco, recobre su aliento. Usted que se mueve tan lento, que casi no logra avanzar, ¿cómo suponer que compartimos el mismo esfuerzo? Qué fácil que olvidamos y continuamos dormidos, creyendo en sueños actuar despiertos. ¡Y se vuelve usted a reir! ¿Cómo? ¿Que incluso desobedeciendo a la Biblia también se sueña? No lo entiendo señor. Estoy aquí a su lado y lo siento tan ajeno; su voz se apaga con la lentitud del ocaso, se esconde entre misteriosas aguas. ¿Es que llegaré yo también a esos horizontes? Usted se sigue riendo, pero déjeme decirle algo: yo lo miro y ya no puedo saber lo que antes sabía. Su fragilidad a mi lado es tan segura que me derrumba; apenas me reconocería ahora si me mirase al espejo. ¿Cómo? ¿Pero en verdad me lo dice usted, que todos nosotros nos comportamos para con los otros como espejos? ¡Pero qué me dice, señor! Quizás lo mejor sea que parta. ¡No crea usted que lo abandono! Adiós, señor, ¡adiós! Devuelta al camino, cada paso tan firme como el anterior. ¿Pero será verdad esto, que mis ojos empiezan a llorar?
Henry
Actualmente volcando todos mis escritos a esta plataforma, esperando conseguir aunque sea una línea, un pequeño verso.
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