Dime Adios, por favor dime adios.

Hoy me sentí cansada.
Cansada de hablar.
De explicarme.
De justificarme ante lo que ya no me pertenece.
Cansada,
De tu boca enunciando mi nombre
con las palabras echas de polvo del pasado
pegado en la lengua.

Odio el ruido, lo sabes.
Si, estoy fastidiada de tu ruido,
que no me alcanza
No duele,
solo ensucia el aire.
Tus palabras,
tan repetidas,
se deshacen.
Tus palabras —
no son verdades,
son frases vencidas,
falacias que te calientan tu ego
como té mal servido.

No soy tu villana.
Ni ese espejo torcido
que necesitas para afirmar lo que no quieres ver.

¿Soy el bien?
¿Soy el mal?
Qué tragedia la tuya:
Como si cerrar el ciclo
fuera para ti
una mutilación del alma.
Como si dejar ir
fuera una forma de morir
que te negás a atravesar.
como si callar te quitara el aire.
Como si dejarme en paz
fuera traicionar tu propia rabia.
No soy víctima.
Tampoco soy culpable de tu relato.

Estoy bien.
Estoy en paz.
Con la vida tranquila
que tú dijiste que no tenía.
Y no, no quiero atención.
No hablo con quien no me agrada.
No finjo la calma que ahora tengo.
Solo elegí estar con quienes no usan
una historia como moneda de cambio.

Tengo el sol dentro,
el sol que no necesita testigos
para la verdad que habita
en mí.
Así que basta.
No pronuncies más mi nombre
como si te perteneciera.
No digas que no tienes malas intenciones
si cada palabra tuya
lleva filo.

Quédate contigo,
ámate tanto como dices.
Come tus panitos —
como solías llamarlos —
con sorbos de café
que te calmen el juicio.

Abraza a los tuyos.
Habita tu mundo,
donde yo ya no estoy.

¿Recuerdas lo que te decía?
Que la felicidad se parecía
a sentarse frente al océano,
mirar sus colores,
escucharlo en silencio.

Solo eso quiero.
Que me dejes llegar hasta ahí.
Sin tu ruido.
dime adiós.
Déjame ir.
Déjame ir al mar.

Dime adiós.
Adiós, por favor.