No lo dicen por ignorancia.
Lo dicen porque han visto lo que hay detrás del telón.
Porque han entendido que las grandes decisiones… nunca son limpias.
Que las manos que sostienen la corona, primero sostuvieron el cuchillo.
Desde pequeños nos enseñan a ser buenos.
A portarnos bien, a compartir, a pedir perdón.
Nos hablan de justicia, de verdad, de hacer lo correcto…
Pero nadie menciona lo que ocurre cuando hacer lo correcto no basta.
Cuando hacer lo correcto… te condena.
He conocido a personas que juraban nunca mentir, hasta que una mentira los salvó.
He visto a hombres rectos doblarse como ramas secas cuando el miedo o la ambición les rozó la piel.
Ahí es donde la frase cobra vida.
“El fin justifica los medios”…
No como una excusa.
Sino como una regla no escrita del juego que todos fingimos no jugar.
Porque la verdad es esta:
todos quieren llegar a la cima, pero pocos están dispuestos a pagar el precio real de estar ahí.
Y los que lo pagan… lo hacen en silencio, con la mirada fría y el alma endurecida.
¿Crees que los imperios se construyen con compasión?
¿Que las revoluciones nacen de la pureza?
¿Que los líderes más recordados lo fueron por ser los más amables?
No.
Fueron los más decididos.
Los más despiadados cuando era necesario.
Los que supieron sacrificar una pieza para ganar la partida.
El ser humano es experto en ocultarse detrás de palabras bonitas.
Pero debajo del traje, debajo de la piel pulida,
hay instinto.
Hay miedo.
Hay codicia.
Y es ahí donde se decide todo.
No en el papel, no en los templos, no en los libros…
Sino en ese momento en que nadie está mirando, cuando puedes tomar el atajo, cerrar los ojos… y avanzar.
Ahí es donde el mundo se divide entre los que actúan…
y los que dudan.
Entre los que entienden que el fin es lo único que sobrevive al juicio de la historia…
y los que se pierden en el camino, aferrados a ideales que nadie más respeta cuando llega la oscuridad.
Tal vez sea cruel.
Tal vez no sea justo.
Pero es real.
Porque el que nunca está dispuesto a ensuciarse las manos, termina por besar los pies de aquel que sí lo estuvo.
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