Diarios de la verguenza

14 de marzo

Tengo 26 años y soy mujer. Acá, en esta institución centenaria, eso dice mucho. Soy un bicho extraño entre hombres de campo que se pasean con sus camisas recién planchadas, el maletín pesado y el pelo intacto por el gel que se ponen todas las mañanas frente al espejo del auto. Ellos hablan el idioma de los negocios. Yo, tal vez, el de la literatura.

“Mi hibernación era cuestión de supervivencia. Creía que me iba a salvar la vida”, dice el libro que estoy leyendo.

Estoy parada en medio de una sala con una mesa ovalada que reúne a diez empresarios. Me miran de reojo, extrañados por mi presencia. Sé que desean que les pida el café y cierre la puerta. Soy periodista, estoy acá para escribir y sacar una foto, retruco para mis adentros.

Camino despacio para encontrar el mejor ángulo sin invadirlos. Apoyo los pies con calma para que no suenen las maderas del piso. Noto como me vuelvo chiquita por cuestiones de supervivencia. Al final, mi nota salió en Clarín. No tiene mi firma.

16 de marzo

Hoy trabajé desde mi casa. No salí en el Canal Rural y en mi lugar pusieron un remate de vacas. Creo que quiero ser vegetariana.

19 de marzo 

Antes de quedarme dormida me cuento a mi misma el día en escenas, algo más o menos así: vas a salir en la televisión, vas a repetir el precio de la soja, el sorgo, el trigo y el maíz, vas a sacar fotos a funcionarios públicos, vas a tratar de entender de política a las corridas, vas a usar camisas y zapatos que no te pondrías nunca, vas a hablar sobre lo que no conoces, vas a temer quedarte sin tema de conversación en eventos importantes, vas a sonreír aunque no tengas ganas, vas a descubrir una biblioteca enorme en donde menos lo esperes, vas a escuchar y vas a preguntar, otra vez, todo esto para qué, para qué, para qué. Entonces, vas a escribir. Es extraño: a veces sucede así, sin más.