Diario Epistolar del 28 de Octubre del 2024 | "El Puñal" - Milagros Gomez

Diario Epistolar del 28 de Octubre del 2024:

Al interlocutor que comparte su tiempo con esta lectura, le escribo: He estado leyendo mis propios versos —muertos recientemente, o en algún ciclo de mi vida— y he perecido en todas las páginas. Mi alma es, de hecho, inútil; fue entregada bajo el derrame de la tinta de algún bolígrafo —ciertamente de antaño—, y no poseo, en lo absoluto, afinidad con otro pacto. Me he vuelto tan inmersiva, que ya no tengo alma a la que abarcar; ni el mismo demonio se aferraría a tal energía, pues no podría hallar algo que hurgar. Bajo esas hojas solo arrastro la muerte de mis ideas. Y con peculiaridad, me digo a mí misma: me he matado un sinfín de veces, y ha valido absolutamente la pena cada puñal que clavé en mi corazón. Si no, por supuesto, ¿cómo lograría escribir algo realmente trascendental, si el bolígrafo carece de genialidad?

Ya no porto religión, adoctrinamientos, ni vivo en la contradicción de mi moral. Ahora mi deidad favorita es, de hecho, mi compleja oscuridad. Un Thanatos que recorre las vías de las prosas que engendro, y ciertamente, no puede haber demonio que se le asemeje; este es todo mío. Se desvive para darle un sentido a mi arte, y goza de apuñalar mi corazón para que la devota inspiración halle una herida que absorber.

Los recovecos que albergan estas ideas en mi mente me provocan ciertos delirios; sin embargo, me fascina cómo se desenvuelven en lírica y términos poéticos. Ya no reconozco ni el más sublime trabajo que compuse siquiera el mes pasado. Esto, de hecho, es un buen augurio: quiere decir que he vuelto a nacer. Por otra parte, guardo el más sonoro cariño a quien fui, a aquella parte de mí que trascendió el puñal para que hoy yo porte el cuchillo.

En resumen, el viejo retorno. La luz me brinda los cerillos, y mi inconsciente la traiciona para incendiar toda una ciudad. O a mí misma, puesto que estoy quemándome en una extensa confesión, y he leído tanto de mi ambigüedad que prefiero seguir muriendo —como lo hará este escrito en unas horas— para dar paso a una nueva mortalidad.

Al interlocutor que comparte su tiempo con esta lectura, le escribo: ¡Muchas gracias!

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