Al principio, todo era oscuridad. Un abismo sin forma, un vacío donde el tiempo y el espacio no existían. Caos. Desorden. Incertidumbre. Así empieza la historia de la creación en el Génesis, pero también así comienzan todos los procesos de transformación en nuestra vida.
¿Cuántas veces nos hemos sentido atrapados en la confusión, en la desesperanza, en la incertidumbre de no saber qué hacer ni a dónde ir? La oscuridad no siempre es ausencia de luz; a veces, es simplemente no saber hacia dónde mirar.
Entonces, surge una voz interna, una chispa que dice: «Sea la luz». Es ese primer momento de claridad, cuando algo dentro nuestro cambia y entendemos que no podemos seguir en el mismo lugar. Pero la luz no aparece de inmediato. Primero, hay un destello, una grieta en la sombra que nos permite ver el camino.
El Día 1 de la Creación no trata solo del inicio del universo. Es el inicio de la conciencia. Es el primer paso que damos cuando decidimos salir del caos, cuando reconocemos que necesitamos orden, propósito y dirección en nuestra vida.
Pero dar ese paso no es fácil. La luz no llega sin resistencia. La oscuridad a veces nos abraza, nos susurra que es más seguro quedarnos donde estamos. Los miedos, las dudas, las heridas del pasado nos atan a la sombra. Sin embargo, hay algo más grande esperándonos al otro lado.
El Día 1 es la primera batalla interna. Es el momento de ver la diferencia entre la sombra y la luz, de entender que el caos no desaparece de golpe, pero que podemos darle forma, domarlo, separarlo de lo que realmente somos.
Todos, en algún momento, vivimos nuestro propio Génesis. Todos enfrentamos nuestro primer día. Y todos, en lo más profundo, tenemos una voz que nos llama a avanzar.
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