Los días en los que no siento el deseo irrefrenable de morir son días inútiles.
¿Qué otro momento, si no es el de la muerte, es más oportuno para charlar con Dios?
Los momentos en los que no me inundo de música estruendosa,
de la falsa congoja ajena,
de las caricias de almas en pena,
y la luz de las velas anuncia el cansancio de un día más finalizado,
solo quiero morir
en el recuerdo de tu amor.
Dios, el amor, y la muerte
son los únicos destinatarios de mi angustia
¿Quién podría entender mejor
el estruendo del silencio?
La plegaria del último día
la adrenalina de habitar por última vez
nuestro rincón
mientras dejamos que la vida pase en frente nuestro,
indiferente, al saberse ausente a la conversación.
A las tres de la tarde,
ansío que llegue la noche en verano
y reconocerme ajena a todo aquello
que no me prometa
curar
desafiar
o dar descanso
a mi alma.
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