Entre el momento en que decís mi nombre
y el instante en que olvidás haberlo dicho,
yo habito.
Como el eco que no encuentra pared,
como el vaso que no supo si fue brindis
o caída.
Amarte fue pronunciar el silencio
con la boca llena de astillas.
No por vos.
Por mí,
que creí escuchar un canto
donde sólo había viento.
Tu mirada —
esa forma tuya de no mirar—
me dejó suspendido
como hoja que no cae
pero tampoco vuela.
No me dolió el rechazo.
Me dolió
la inexistencia.
Ser el aire
que pasa entre tus dedos
cuando acariciás otra piel
sin darte cuenta.
Yo no quería tu amor.
Quería habitar una de tus palabras,
aunque fuera al borde,
aunque fuera en paréntesis.
Pero ni eso.
Y ahora,
entre el parpadeo de tu sombra
y la huella que no dejaste,
mi cuerpo permanece —
suspendido,
como la última sílaba
de una oración olvidada
en la lengua de un dios que ya no escucha.
No muero.
Tampoco vuelo.
Sólo tiemblo.
Y tiemblo,
todavía,
al recordarte
sin haber sido.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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