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    Después del amor

    Sergio

    Sep 2, 2024

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    Después del amor
    Nuevo concurso literario en quaderno

    Últimamente pienso mucho en el amor. Es agosto, el calor sacude los instintos y el sentimiento se confunde con la necesidad. Hay una melancolía propia del verano que no se puede explicar, pero todos reconocemos bien. Es pegajosa y te asalta en cualquier momento del día: con las primeras luces de la mañana, en las tardes que se hacen eternas y en noches tórridas con el ventilador en la cara sin poder dormir. Pienso en qué pensarás en este momento, si te pasa como a mí y te agolpan los recuerdos de los días lejanos cuando mirábamos al cielo y aún era otoño.

    Trato de no dejarme arrastrar por la abulia, pero cada día se repite el bucle. Te busco en las fotos que subes a tu perfil, en la risa contenida cuando compartes un vídeo que te hace gracia y en las decenas de mensajes que guardo en borradores por miedo a darle a un botón. El mundo es un lugar hostil y falta ternura. En 1949, Maurice Blanchot escribió un ensayo sobre la creación literaria llamado La part du feu, nombre que toma de la expresión francesa «faire la part du feu». Su significado hace referencia a lo que, en caso de incendio, dejarías abrasarse en las llamas para salvar el resto, aquello verdaderamente imprescindible y esencial. Miro alrededor y hay mucho que estaría dispuesto a sacrificar por un minuto más. Nuestras manos se consumen en el fuego tratando de rescatar un puñado de cenizas.

    La analogía del incendio es una invitación para escribir sobre los finales. Lo que se va con ellos y lo que permanece. Paseamos sobre las ruinas de esos dolorosos desenlaces, pero lo hacemos dejando nuestras pisadas sobre los escombros. ¿Qué nos aguarda tras el derrumbe del mundo? La filósofa Marina Garcés escribe en el prólogo del poemario La part del foc que «amar es quemar y no poder ver el propio fuego. El amor se deja decir cuando ya se hace rastro, cuando se avanza a sus posibilidades o cuando se recuerda desde sus imposibles. Pero siempre es otro respecto a lo vivido». Me pregunto si uno puede instalarse en un lugar de enunciación tan incierto como es la melancolía por lo no vivido. Ahora sabemos que se puede morir de amor, también de desamor, ¿pero vivir sin amor? ¿Es acaso factible?

    Siento no hilvanar mejor el discurso. Es difícil articular el deseo cuando las palabras son insuficientes. En realidad la pregunta es capciosa, un axioma que no necesita ni responderse. No se puede vivir sin amor, de facto, porque amor y vida son sinónimos. El amor está en las manos. En lo que acariciamos, sostenemos y agarramos hasta alterar la forma de las cosas, deshaciendo nudos para enmarañar otros nuevos. Si tenemos constancia de que existe es porque incluso tras agotarse quedan sus rescoldos. Y como el discurso amoroso no cabe en el diminuto pedazo de tierra que habitamos, sale a la conquista de espacios que requieren de mucho más que uno mismo. Necesita de dos personas (o más) para inventar un lenguaje del cuerpo con el que comunicarse a través de sus gruesos muros y recovecos.

    En la novela Napalm en el corazón de Pol Guasch, sus personajes se encuentran al borde de ese acantilado donde se pierde la identidad, la culpa e incluso la palabra. En una de las cartas que se envían, el protagonista escribe: «te quiero como se quiere a quienes hace mucho que se fueron o aún están por llegar, a quienes no has visto nunca o nunca han existido». Supongo que hay mucho de eso en lo que trato de explicar. El amor es un pájaro. Admiramos su delicado canto, la gracilidad con la que emprende el vuelo, pero no nos basta. ¿Y qué podemos hacer cuando se marcha?

    Trato de no sobrepasar la línea de lo cursi. No es que me preocupe cruzarla, pero debo mantener el tipo o de lo contrario perdería credibilidad. Nadie confía en una persona trastornada. Siempre he sido lo que coloquialmente llamamos una ‘drama queen’ (¿no es un poco machista asociar el sentimentalismo exacerbado con las mujeres?). Experimento de forma intensa las cosas que me ocurren y las que, de algún modo, proyecto que sucederán tarde o temprano aunque no sean reales. Desde esta posición sostengo, por tanto, que no hay mayor dolor que el que se expresa mediante lo que no ha sucedido. Por eso me parecía pertinente escribir sobre los márgenes de esta historia que empezamos a narrar sin el otro. No tuvo principio y ya es demasiado tarde para imaginar uno, así que debemos gestionar por nosotros mismos las secuelas de la despedida.

    Le he dado muchas vueltas a cómo puedo reconstruir lo nuestro a partir de sus pedazos. Quiero hacer el ejercicio de imaginar lo que sigue a la última página. Las llamas arrasaron hace mucho los pilares de la casa que un día soñamos habitar y ahora el paso del tiempo es solo una manera amarga de dilatar la espera por un final que no vamos a tener. Sé que no es lo mismo amar que ser amado. Ojalá fuera suficiente con querer a alguien, desearlo y entregarse con la ingenuidad del niño que abraza la vida. ¡Sería tan sencillo! Pero hay que aprender también a querer o ese amor se transforma primero en rabia y después solidifica en un dolor que arrastras para siempre. ¿A dónde irá a parar esa fuerza que nos movía por dentro? ¿Qué queda de todo ese cariño acumulado? A lo mejor soy una mala persona o simplemente egoísta por anteponer un futuro posible a un presente intangible. Si no puedo tener el amor, al menos me queda pensar en lo que sigue al amor.

    Hay días que dudo y quiero volver sobre mis pasos. Lo hago desde la convicción cobarde de que realmente lo deseo. No es cierto porque ya he pasado antes por esto. Este amor es una derrota compartida. El fracaso de nuestra especie. Su extinción implica también el final del universo -del tuyo y el mío-. Pero igual que escribo, borro y sustituyo palabras en la pantalla del ordenador, nuestra manera de querer puede aspirar a algo distinto. No se trata de construir, sino de reconstruir. Ahora puede parecer lejano, pero dentro de un tiempo lograremos que «amar» sea el verbo de lo subversivo y que cuanto más se extienda de boca en boca, más atente contra las leyes naturales y sus poderes. Romper con la lógica de un mundo en llamas. Quererte incluso cuando la tierra desaparezca bajo nuestros pies. Querernos aunque no recordemos nuestros nombres.

    Sergio

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