Algo habré dejado bajo tus sábanas; que, ya lejos de ellas, mi piel desea arrastrarse a sus cuevas.
El interior de mi lecho ha dejado de ser suficiente; ya no calienta, ya no protege, ya no es mío. Ahora, mejor, parece que es tuyo.
Sediento mi sueño ha quedado de tu calor: no hay saciedad hasta no cerrar los ojos tras los tuyos.
Una luna oculta sobre nubes grises, un momento sin luces y un arduo desvelo han sido suficientes para que mi primer latir de la mañana fuera completamente tuyo.
¿Qué flamígero hechizo, remanente en tu colchón, ha sido el que me ha dejado la cabeza sobre tu almohada?
Las huidizas memorias me revolotean encima: me ha coronado el recuerdo de tus dedos casi deslizándose por mi rostro. A penas, tan solo a punto de romper las frágiles barreras de nuestra proximidad.
Hoy los caminos me saben a noche sin descanso, a nocturno de un corazón león queriendo escapar de su cofre para voltearse y abrazarte con zarpas y colmillos; con caricias y besos en nuestro idioma de fuegos felinos.
¡Qué ganas de habérteme pegado! De abrazarte con la fuerza de la última noche. De decirte con el silencio de la brisa al oído “me vuelves líquido y hoy quiero empaparte”.
Las palabras, ámbar de abeja, no abrieron la puerta de mis labios. Por más alborotado que estuviera el panal; y el aguijón punzante y el veneno goteando; no hubo sonidos.
Solo el silencio de un falso descanso y un deseo silenciado.
Los “hubiera” se han vuelto impacientes insectos zumbantes y agresores.
Quiero volver a tu cama y no darte la espalda, sino abalanzarme y renunciar a mi voluntad y entregarme al instinto.
¿Qué sigue para mí después de tus sábanas?

Alonso García
A veces no sé qué hago. Quito tabiques de mi ser para cambiarlos por tabiques nuevos. Mi corazón no tiene correa pero tiene dueñas.
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