Así como las cosas llevan su tiempo para crecer, también llevan su tiempo para acaecer.
Lo primero que se me viene a la mente con esta palabra, es el glaciar Perito Moreno, la gente admirando el espectáculo de su caída. Pienso que quizás no es tan doloroso porque se desprende, decide alejarse, se entrega en la caída. Me pregunto qué sucederá en los segundos posteriores de soltarse y anteriores a entregarse... ¿sentirá libertad o miedo?
Las hojas también se desprenden, junto con el viento antes de marchitarse.
Desprenderse... es el intermedio a lo que se está sujeto y la caída, el proceso de soltar y entregarse a lo que viene.
Entre glaciares y hojas estoy yo, estás vos... un espectáculo doloroso que no termina de caer. Una hoja que anhela al viento pero tiene miedo de soltarse de la rama; una hoja terca dispuesta a esperar hasta la siguiente estación confiando en que se repetirá la primavera en la que creció.
Pero no somos un glaciar, ni un árbol. Somos humanos que nos desprendemos a pedazos: palabras por palabras; recuerdo a recuerdo; por canciones inacabables, inmortales; lágrima a lágrima. A diferencia de la flora, nuestro desprendimiento es un espectáculo doloroso, histórico, previo a un despegue.
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