La claridad se cuela por mi ventana y abro los ojos lentamente, somnolienta. Entonces lo noto: no me rodean sábanas frías, sino unos brazos cálidos, que me sujetan como si quisiera escapar de su agarre. Unos dedos suaves recorren mi facciones, bajando de mi sien a mis mejillas y mis labios. Otros labios encuentran los mios, dejando un casto beso en mi boca.
Su voz ronca en la mañana resuena como un eco dulce en mi mente, dándome los buenos días con una sonrisa. Mis piernas, aún abrazadas a su torso, me impulsan para catar de nuevo su boca. Me permito saborearla, sentirla, beber de su sabor a café.
Entonces me percato de la taza sobre la mesa de noche, dónde su mano pudiera alcanzarla sin esfuerzo, como si tuviera miedo de que despertase sola en esta habitación que ya no es mía, sino suya. Sus iris verdes me observan, fascinados. Me pierdo en sus ojos profundos, intensos. Me pierdo en sus pupilas dilatadas, que me recuerdan a que alguien, alguna vez, me dijo que sólo se dilataban por amor.
No tiene que poner mucho empeño para tenerme abrazada de nuevo por la cintura, recorriendo con su piel ardiente mis curvas. Y ese momento se hace eterno. Hasta el café se enfría. Hasta los minutos nos observan, pasando cada vez más lentos.
Y decido quedarme. Porque ahora mis mañanas suena a los Beatles y un café, casi frío, esperando a rozar mis labios. Porque ahora el verano es de color amarillo; o verde, como sus intensos iris. Porque el amor me ha cambiado, y ahora no puedo despertar sola.
Blanca Bermúdez
Escribo para sacar del alma lo que no se puede decir en voz alta. No soy perfecta, pero cada poema es una parte real de mí. Gracias por leerme. Quédate. Comenta.
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