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desmenuzar lo que hipnotiza: el amor y el reflejo

Ariana

Dec 13, 2025

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desmenuzar lo que hipnotiza: el amor y el reflejo
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Sé con certeza sobre el amor. Padezco este conjunto de facultades desde que nací del vientre de mi madre. De una manera sentimental y cursi digo que nací para amar y nada más. Simplemente una maraña de sentimientos que se dedican a apreciar al prójimo. El amor me salva y al mismo tiempo mata sin piedad alguna. Es una división completa entre el bien y el mal; bien es sabido que este yin-yang construye a los humanos; el amor incluso es una daga para el bienestar propio pues es complejo hallar amor una vez estamos frente al espejo y permanecer en crisis tras no poder amar nuestro reflejo.

Es sencillo perderse entre el jardín frondoso después de perseguir al mirlo. Seguir su color distintivo y su canto furtivo que te llama pues parece que entona su nombre y te hipnotiza sin lugar a duda, tu instinto de supervivencia: su nombre, todo lo que lo nombra es tu razón de vida. Persigues al ave y no te interesa si te pierdes entre el laberinto verde de árboles. Tras la desesperación sólo se escapa su vuelo y ya no ves nada. Bajas tu mirada y ahí sucede el amor. Encuentras una pluma en el camino, ni siquiera sabes si es del mirlo que perseguían pero la tomas y la desenredas con la yema de tus dedos, le quitas la tierra y piensas: ¿por qué nadie la tomó si es tan bella? Y es la respuesta clara: amar es ver, y todos vemos distinto, nadie ama como tú amas a esa persona, es por ello que buscas al menos la pluma del ave que entona el nombre de quien mueve tu corazón, para darle tranquilidad al alma de que el amor es presencia aunque la distancia se interponga. Piensas que la pluma será un gran detalle, la guardas con el cuidado inocente y con intimidad imaginas su rostro al darle su esencia que llevaba el canto de su nombre: lo que hipnotiza.

Hay cosas que el corazón esquiva y es culpa del amor. Durante tu estadía en el mundo sabes lo que no toleras, lo que te convierte en un ser de coraje: las cosas insoportables para tu alma. Un claro ejemplo, de la infancia conflictiva: el ruido fuerte. Odias todo lo que no sea el silencio. De un momento a otro, un día: existe alguien. Su mundo es ruidoso y lo amas por ello. Música que es lo contrario a un compás tranquilo y un tempo lento. Y te preguntas, ¿por qué tomó tanto tiempo en llegar su ruido a tu vida? Pides que reproduzca sus canciones favoritas a todo volumen pues quieres salir de tu mundo y ocupar un lugar en su corazón y decirle: me tienes, muéstrame de lo tuyo. No esperas un ruido catastrófico, en cambio, es un ruido acogedor que construye su persona, su vida y el mundo al que pertenece. Te cede con lo que lo ha acompañado toda su vida y te hipnotiza por completo. Ya el ruido fuerte no es insoportable, ahora es agotable el silencio que existe cada vez que no está. Los estruendos los buscas pues recuerdas su felicidad y el tarareo que provoca en su alma: lo que hipnotiza.

La cama: sábanas y almohadas. A lo largo de nuestra vida, el acto de dormir se divide únicamente en dos fases, nada más. Sólo somos capaces de experimentar estas dos opciones: en la acción de dormir por necesidad y en la acción de dormir porque amas.

La habitación es un refugio seguro, una cueva para descansar. El acto de dormir es un concepto sobrio: llega la noche, sólo quieres dormir e imploras conciliar el sueño lo más rápido posible, le rezas a Dios que el insomnio no se adueñe de ti. Bajo la oscuridad, el cansancio te vence eventualmente, sin darte cuenta, ya es de día y deseas que la noche caiga nuevamente para dormir otra vez, y mañana despertarás y todo será un bucle sin importar si descansas o no lo suficiente. Lo haces porque tu cuerpo lo pide, porque es lo que es.

Entra la segunda fase: dormir porque amas. Cada noche esperas su calor junto a tu cuerpo. Ansias la noche para poder ver su rostro antes de dormir. Darle un beso y dormir con las manos entrelazadas aún sabiendo que al amanecer ya no se estarán tomando, sin embargo, el miedo no existe pues bien sabes que pasará la noche allí contigo. La noche colma el desgaste infernal del mundo, todo se compensa con su cuerpo recostado a tu lado. Su respiración te arrulla. El peso de su presencia queda bien marcado en la cama. Los besos adormilados durante la madrugada te curan el dolor muscular. Sus abrazos te calman. El aliento de sus labios entreabiertos ahuyenta el frío. La preocupación mutua de cobijarse después de caer en cuenta que te robas toda la sábana te llena el corazón de ternura. Y cada mínima acción, incluso las malas: como un mosquito que hace mal tercio no interrumpe el velo del amor. La ternura te hace descansar. No importa si el sueño fue de tres horas o de doce: la emoción de saber que vas a despertar y lo primero que verás será su rostro te hace despojarte de todo mal y te motiva a seguir con el acto de dormir, no porque tu cuerpo lo necesite sino porque deseas sentir la debilidad por un instante y entregar la vulnerabilidad a su persona: lo que hipnotiza.

El amor no retorna nada. Al primer contacto corazón a corazón, ocurre un explosión y se crea un nuevo universo: revuelto de cada mínima cosa que forma a los dos individuos, por más irrelevante que sea. Una vez sucede este caos, ya no hay vuelta atrás. Entre este acto hay un antes y un después del que ya no podrás huir, conlleva el frenesí del amor. La vida es pasión pura. Nos llenamos de pasiones humanas y de amores que nos nutren el alma. Por eso, hago de su vida, mi poema favorito.

Sé que nací para amar, la falsa ilusión de amarse a sí mismo me llena de vértigo y falsedad. Yo le ofrezco mi imagen a quien me aprecia. Intercambiamos amor, como si se tratase de ser poseídos por un espejo: nos reflejamos, nos hipnotizamos. Me ama como yo lo amo. Yo soy su espejo y viceversa. Le entrego mi alma: lo que hipnotiza.

Ariana

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