Sus ojos ya no brillaban. Estaban vacíos, carentes de amor, casi irreconocibles.Me besó, pero no era a mí a quien buscaba. Era una súplica silenciosa, desesperada, como si en mi piel pudiera encontrarla. Sus labios, antes cálidos, ahora estaban helados, igual que su mirada.
No se detuvo a notar las lágrimas que resbalaban por mis mejillas. No preguntó, no le importó. Solo hundió sus manos en mi cuerpo, busco en cada rincón de mí algo que pudiera devolverle lo que había perdido. Pero no la encontró.
Ni en mi piel.
Ni en mis ojos.
Ni en mi alma.
Solo quedó el vacío, de su mirada y la mezcla de agonía que me estaba matando entre sus brazos, mi amor se convirtió en una mentira.Y al final, su conciencia pesó más que mi amor, tanto como para escapar entre la noche a buscar a esos ojos verdes que jamás volverías a ver. Dejandome sola, en un amanecer que nunca llego.
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