Desde Lejos No Se Ve.

El miércoles pasado acompañé a mis padres a hacer unos mandados.

Doblamos en una esquina demandante de los favores de mi viejo.

Una vez estacionados:

Mi viejo se baja por la resolución de uno.

Mi vieja y yo esperamos en el auto.

Qué lindo es quedarse esperando en el auto.

Da el puntapié inicial para una charla profunda.

El consultorio sin pago.

Una consulta sin expertos.

Donde afloran las preguntas

y las respuestas se dan de baja.

Estas reflexiones se ven interrumpidas por la llegada de una abuela,

aparentemente vecina y propietaria de la casa de enfrente.

Unos 60, 65 años. Tal vez 63.

Una mujer con apariencia agradable,

vistosa, y un espíritu libre que contagia.

con los arrepentimientos propios de un chico de 19, sepultados.

Comienza a platicarle a mi madre sobre las modificaciones en su casa,

cuánto lleva viviendo allí,

cómo era su marido, un hombre honrado pero cascarrabias.

Menciona a sus nietos, que la visitan una vez por semana,

y recuerda cómo, antes, el asfalto de la calle era un reponedor de piedras.

Escucho atentamente mientras mi madre prolonga el diálogo,

hasta que, en un momento, la mujer que vivió tres veces 20, nos dice:

“A la vejez no se la entiende hasta que la pasás. Es difícil ver de lejos.”

Difícil.

Ver.

De.

Lejos.

Automáticamente lo asocio con mi miopía y una canción de Los Piojos:

"Desde lejos no se ve"

"Que se te va la vida, el día, el día…"

Se me va la vida, los días, los días.

Esperando tener un grado de aumento en mis anteojos, que me permita decir:

“Finalmente veo el sentido.”

Entiendo que la miopía no es solo de los ojos, sino también del alma.

Que, a menudo, me paso la vida queriendo comprender el futuro

sin siquiera entender lo que acontece en mi presente.

Mientras tanto, sigo esperando en el auto.

En este consultorio sin pago,

donde las preguntas brotan,

las respuestas caen rendidas

y las charlas, como esta,

se convierten en ventanas

para aprender tomar el volante y mirar los 2 lados antes de doblar.