Llegará. Lo inevitable sucederá. 
Mas, 
cuando por fin caiga al infierno,
¿podría obtener una fosa o castigo,
sólo para mí?
Dígame usted, Tánatos,
¿qué tantos males he de cometer aquí para no sacrificar mi soledad, allí, 
incluso entre los demás damnificados? 
Si siquiera aquí podría perderla,
si siquiera aquí podría sacrificar tan preciado artefacto — abandonado por años en el mismo cuarto, impasible por salir disparado del límite autoimpuesto: éstas cuatro paredes me alejan del mundo, 
del mérito y la satisfacción mundana — ese pseudo triunfo que carcome a los desesperados por ser algo más que cenizas, 
algo más que una ilusión del ser imaginativo, 
en vida,
sin deseo de entregarse a la marea para flotar, 
al menos un día,
en el regocijo que trae la calma absoluta del orden total u el buen relacionamiento con la familia, 
ese impedimento contemporáneo del malhumorado, 
¡del entregado a destiempo, Tánatos!,
del que no quiere más que silencio, por siempre,
lejos de los demás,
lejos
lejos
lejos
como si el mundo no fuera lo suficientemente vasto para conservar nuestras ánimas,
heridas desde el comienzo,
ese hueco difícil de llenar o resolver, 
no hoy — mucho menos mañana,
todo por miedo a fracasar.
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