Me he quedado sin nombre en la puerta del banco,
un número menos en la nómina herida,
un silencio más en la boca de todos.
Y qué hacer sino huir con lo puesto,
con este jeep IKA que cruje sus penas,
con este mapa de dudas y polvo.
Los caminos rurales son mi último pacto,
van sin prisa, como yo, sin testigos,
siguiendo las huellas de nadie en la tierra.
Me detengo en un pueblo sin fecha,
las casas dormitan en su propio desvelo,
y el óxido llueve en la vieja estación.
Un cartel torcido dice “Próxima parada”,
pero aquí hace décadas que no llega el futuro,
ni el eco de nadie que aún me recuerde.
¿Dónde están las manos que ayer me buscaban,
los ojos que un día juraron abrigo?
Ahora son sombras que cierran la puerta.
La crisis no es solo perder un trabajo,
es ver cómo el mundo se vuelve de espaldas,
cómo el amor se disuelve en excusas.
Pero el viento no pregunta si aún me sostengo,
no murmura promesas que luego olvida,
solo avanza y avanza, igual que este viaje.
Y en cada estación que el tiempo abandona,
en cada cartel que ya nadie repara,
descubro un espejo donde sí existo.
Porque hay un consuelo en lo que no cambia,
en las vías dormidas, en el polvo eterno,
en la quieta certeza de estar en camino.
Y aunque ya nadie pregunte por mí,
aunque mi nombre se pierda en los días,
soy un hombre que sigue, que sigue, que sigue.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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