Eras demasiada poesía para alguien que no sabía leer.
Mis ojos hablaban en versos
y tú apenas entendías los garabatos del deseo.
Te arrojé mi luz,
y no supiste más que temblar,
como un idiota que confunde el sol con el incendio.
No te culpo por no sostenerme,
por no darte cuenta de que mis manos no pedían caricias,
sino asidero.
Te entregué el poema entero,
y lo rompiste en prosa.
Lo hiciste pedazos con tus silencios,
con tu torpe manera de quererme a medias.
Ahora sé que la poesía no se mendiga ni se explica.
Que el amor es un idioma feroz,
y tú eras solo un analfabeto.
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