Del ser.
Sep 17, 2025
...
Primos lejanos de los corintios. 17-9 22
"Cuando era niño, hablaba como un niño, gritaba como un niño, comía como un niño, obedecía y desobedecía como un niño...
Jugaba como un niño".
Echo de menos a aquel yo con algunas de sus circunstancias: vivir en un pueblo pequeño, tener campo infinito para aprender la naturaleza, no pasar hambre, recibir cariño...
Me recuerdo ya con mucho lío en la cabeza.
Pensaba en la eternidad que ofrecía la religión y, por maravillosa que la ideara, se me hacía excesiva. Una espiral inacabable, mareante; así la representaba en mi mente antes de caer en los sueños de dormido.
¿Qué queda de aquel muchacho inocente. Tan bonico?
El hormiguero de mi cerebro sigue, aunque quizás las hormigas sean diferentes.
Las ilusiones cambiaron, desaparecieron. Hoy me conformo con que lo que duele no duela mucho. Y que alguien lea algo de lo que escribo. Y que ella me siga queriendo. Y que me quiera mi chico.
El tiempo vivido queda como ajeno, como una película que, en general, no quiero ver de nuevo. ¡Dónde esté Amanece que no es poco!
Ahora estimo mi refugio.
Pero temo que me guste demasiado y llegue un día que no sepa salir al paso.
Cuando era niño, las calles eran de barro y cantos, pero me hacían menos daño.
Fue ayer, de lo que digo.
Obsolescencia.
Me ha despertado un silencio como de nevada en calma, pero mucho más intenso y profundo. Mi mano, mientras mi mente se llenaba de esa sensación pesada y densa, ha rozado la sábana hacia Ella. No estaba.
Solo una pobre luz se colaba por una breve rendija de la persiana.
Mi cuerpo de plomo.
He tardado un rato en cargarme de ánimo y energía para levantarme.
El ruido al tirar de la cinta no ha sido como siempre. Ha sonado como metido en un bidón.
Muy gris el dia, muy gris.
A través de los cristales, una fotografía. Ni un solo movimiento. Y esa luz...
He salido de la habitación para buscar. A Ella y... a la vida.
No había corriente eléctrica. Me he dado cuenta al entrar en el cuarto de baño. El teléfono, puesto en un enchufe con el cargador, estaba apagado. Y así sigue.
Desde la terraza, otro encuadre, pero el paisaje era también una estática fotografía.
¿Y Ella?
He bajado las escaleras. La puerta de la calle cerrada por dentro.
¿Y Ella?
He subido a la buhardilla. Nada.
Con Diego -he pensado-, se habrá echado con él... por algo.
He abierto la puerta con sigilo, con cuidado, con miedo.
Nadie.
Tampoco mi padre en la habitación de abajo.
Salgo a la calle.
Lo denso sigue llenando el ambiente. Luz y sonido opacos.
No están ni los gatos.
Nadie donde la abuela y Paco. Nadie en ningún lado. No ladran los perros en esos lugares donde siempre hay alguno encerrado. No vuelan pájaros.
Siento miedo.
Me pregunto, sí, pero no tengo respuesta racional alguna.
No estoy soñando. No estoy drogado. Muerto, acaso.
Recorro las calles mirando a través de alguna ventana. Empujo alguna puerta. Grito.
Nada.
¿Será así en todo el mundo?
No es que me sienta el único; es más bien que me siento aislado. Solo. Y creo que así estamos todos.
Y que así vivimos, hasta que caduca la inmortalidad pasajera.
Desmorir.
Tras el suceso todo quedó como estaba. La cama sin hacer, el café a medio tomar, un libro sin terminar, el puzle... bueno, ese no lo iba a completar nunca...
La vida se acabó y todo quedó inconcluso. Y... esa es la cosa... no pasó nada.
Las importancias del existir se muestran, cuando sucede la muerte, como enormes insignificancias.
La declaración de la renta. El resultado del partido de la máxima. La afrenta con el vecino. Regar las plantas.
Me dieron la opción de volver para dejar todo en orden.
¿Volver?
No.
Me di cuenta, tarde sí, pero por fin, de que no importaba nada.
Y, en todo caso...
Te quiero a mí.
Es un crimen no quererse,
creerse la opinión ajena,
como si el otro supiera
lo que anida en nuestras telas.
Crimen es sentirse menos,
como si los restantes,
fueran dioses sempiternos,
con procesión y estandarte.
Es un crimen la tristeza
que nace por la pereza
de no mirar bien al fondo
y saber que allí en lo hondo
reside nuestra grandeza.
Somos uno y no hay otro
y somos tanto y tan poco
como lo es cualquier rostro.
El crimen es despreciarse,
no creer en uno mismo
y pensar que es el de enfrente
por joven, alto o por fuerte
el que merece alabanza,
el que se gana su suerte.
No seamos criminales,
no nos demos a este mal
que no hay entre animales
otro que sufra tal.
Dolbach.
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