me habita ese rincón mío,
esa esfera impenetrable
donde también jugaste a ser napoleón,
creyendo que podías predecir el futuro
al escuchar el canto de una sombra
disfrazada de moral.
un murmullo de imágenes
sin hora, lugar, estación ni credo
se filtra entre tus cabellos teñidos.
con fervor siembra la despedida infinita.
esas imágenes,
que al comienzo parecían pequeñas,
incapaces de dañar lo nuestro,
ahora se transforman en una casa.
el tiempo pasa.
en los rincones hay telarañas
que tejen otras vidas,
pero yo insisto.
en tu mirada está el verso olvidado,
el guion sin terminar,
una noche de verano porteña,
un rostro, un labial rojo vino,
el paraíso para adán.
aquí está la vida real:
el olvido forzado,
el disfraz de felicidad.
moriré de tristeza junto al atardecer
que se yo misma alargue.
me iré con el río de la plata,
sin el cedro,
sin el beso del príncipe,
sin lágrimas.
el cedro y la imagen permanecerán
en tu lecho.
otros intentarán plagiar nuestro sueño,
como si los actos pudieran repetirse
con la misma esencia.
«cada función es diferente.
uno siempre está diferente.»
se pueden repetir las calles,
el delta,
el obelisco,
pero nunca nosotros.
en nuestro interior queda lo original,
cada detalle exacto,
y arderá cuando menos lo esperemos,
como la verdadera pasión.
yo diré a nuestros amigos que nunca te amé,
que no te evoco,
que no pienso en nosotros
cuando suenan nuestras canciones,
que los poemas son pura ficción,
que jamás me inspiraste
ni el más mínimo dolor con tu ausencia.
del otro lado de la
luna,
en ese lugar,
puedo amarte todavía.
aquí yace lo que no fue.
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