Del nido a la penumbra: elegía del búho errante.
Jul 8, 2025

Desde el alero umbrío de mi nido alto,
con pupilas abiertas como lámparas tristes,
miré la rosa escarlata junto al cuervo,y supe —con la médula herida—
que yo amaba sus espinas,
mas él, su flor intacta.
Yo, búho de vigilia y verbo soterrado,
no descendí por hambre de aroma,
sino por sed de su herida.
La amé en su filo, en su savia amarga,
en la gota de sombra que pendía
de cada uno de sus pétalos cerrados.
Él —el cuervo— graznaba a la aurora
con cantos de pacto y raíz,
de permanencia y de abrigo.
Y la rosa, deseosa de un jardín sin invierno,
le tendió su tallo,
le abrió su flor,
le ofreció la tersura de su boca vegetal.
Pero ni en la alianza del día,
ni en la entrega de su perfume entero,
pudo negar lo que había sembrado
en mis alas.
Y entonces, incluso cuando el cuervo
la ceñía con promesas de eternidad,
ella dejaba caer,
en las horas del crepúsculo,
pétalos suaves y rojos
que ascendían con el viento
hasta el alero de mi sombra.
Vestigios, señales,
juramentos deshojados
que ardían en mi pecho
como brasas sin llama.
No podía retenerla.
Tampoco maldecirla.
Fui elegido por su herida,
no por su destino.
Así emprendí camino hacia el confín del insomnio,
más ave que espíritu,
más recuerdo que cuerpo,
llevando en las garras
la memoria punzante de su belleza inviolable,
y en el pecho,
la aceptación terrible de soltar lo que quema
aunque aún caiga,
noche tras noche,
sobre mis plumas dolientes,
la ceniza perfumada de su amor no olvidado.

Búho melancólico.
Soy el escriviente de la sombra: melancolía alada que sangra tinta sobre el pergamino del insomnio.
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