Del hecho a la fantasía: historia conceptual del psicoanálisis
Jun 9, 2025

A diferencia de otros enfoques psicológicos que emergen de laboratorios fríos o académicos eruditos, el psicoanálisis no brota de una torre de marfil ni de la sistematización estadística. Nace en la clínica —en el contacto brutal con el sufrimiento vivo, con el abismo del malestar somático de carácter misterioso, inasible, desconcertante- El objetivo de la obra freudiana no fue en primera instancia producir un discurso estético y académico para las revistas de la época, Freud no buscaba componer un hit discursivo, fue un investigador clínico obstinado en enfrentar el dolor, desentrañar sus raíces invisibles y abrir un camino para la cura. Lanzó entonces una hipótesis incendiaria para su época: la conducta humana no se gobierna por la razón ni la lógica consciente, sino por fuerzas inconscientes. Su objetivo inicial no fue explicar el comportamiento humano desde esquemas racionales o estadísticos, sino comprender las causas del sufrimiento mental y ofrecer una forma de tratamiento a los pacientes. En ese camino, Freud propuso una hipótesis radical para su época: que la conducta humana está profundamente determinada por motivaciones inconscientes.
Como muestra el texto de Hergenhahn, la obra freudiana se construye en diálogo —y en tensión— con múltiples influencias: desde médicos y docentes contemporáneos hasta figuras clave de la literatura y la filosofía. Autores como Nietzsche, Goethe o Schopenhauer no solo ofrecieron ideas, sino una sensibilidad frente al conflicto interno, el deseo, la ambivalencia y la pulsión de muerte que Freud transformaría en categorías propias. La concepción trágica del sujeto, la sospecha sobre la conciencia, la importancia de los sueños y el peso del pasado son elementos que hacen del psicoanálisis un saber clínico, pero también profundamente cultural.
Más allá de esas influencias, el centro de esta ficha estará en cómo la teoría psicoanalítica se estructura a partir del giro que Freud realiza al abandonar la teoría del trauma que heredó de su maestros Breuer y Charcot, desplazando el eje desde el hecho traumático hacia lecturas puramente psicodinamicas, pasando del trauma como vivencia real a su traumdeutung hecho de lecturas de lo sintomático como vía a un saber sobre el sujeto que sufre. Ese giro será clave para entender no solo la técnica clínica, sino la apuesta epistémica del psicoanálisis: leer el síntoma como formación del inconsciente.
Luego de graduarse como médico, Freud viajó a París para hacer la residencia de neurología con Jean-Martin Charcot, neurólogo reconocido por su trabajo con pacientes que presentaban síntomas motores, parestesias y parálisis sin una causa orgánica detectable. Este contacto con la clínica hospitalaria y con las nuevas formas de pensar la histeria marcó el inicio de un cambio en la comprensión de la enfermedad mental.
Charcot y luego Josef Breuer, colega y colaborador de Freud, desarrollaban una línea de investigación basada en la hipótesis de que ciertos síntomas físicos tenían su origen en vivencias psíquicas traumáticas que habían sido reprimidas. Es decir, la causa no era biológica sino psicológica: una escena impactante, especialmente de contenido sexual en la infancia, que no podía ser procesada y se almacenaba fuera del campo de la conciencia.
Esta hipótesis dio lugar a lo que se conoce como la primera teoría del teoría del trauma psíquico, o lo que Roland Jaccard (1984) denomina las bambalinas del dispositivo analítico, que fue el punto de partida de una primera técnica terapéutica: el método catártico. Estos médicos buscaban a través de la hipnosis acceder a la vivencia traumática reprimida, permitir su expresión verbal o emocional, y con ello lograr la descarga de la energía ligada al trauma que se manifestaba desplazada a modo de síntoma somático. Psico-somato análisis que buscaba volver a ligar afecto con representación. La lógica era: recordar para descargar, traer al presente aquello que había quedado encapsulado y que, mediante mecanismos como el desplazamiento, se transformaba en síntoma.
En este contexto, Freud comenzó a esbozar una comprensión dinámica del psiquismo, en la que el síntoma no era simplemente un fenómeno de orgánico, sino una formación de compromiso entre una vivencia intolerable y los mecanismos de defensa puestos en juego para evitar su emergencia consciente. Esta hipótesis del trauma psíquico sostenida por el joven residente en los primeros años del trabajo con Breuer y Charcot, estaba profundamente marcada por una lógica médica: una causa concreta (una vivencia sexual traumática infantil) generaba por vía de la represión, olvido y efectos observables en el cuerpo. Esta teoría pensaba el síntoma como expresión indirecta de una vivencia reprimida. En ese modelo, la hipnosis se ofrecía como método terapéutico: recuperar el recuerdo traumático y descargar la energía ligada a él mediante su expresión consciente. Profundamente intervencionista y de carácter objetivizante, con evidentes reminiscencias al electro shock. Cabe destacar que solidario a esta época, finales del siglo diecinueve, emergía en la medicina la radiografía, produciendo un interés en la comunidad por ampliar las categorías de lo mapeable al interior del cuerpo humano.
Sin embargo, Freud abandona pronto esta técnica. No solo porque no se consideraba un buen hipnotizador, sino porque empieza a observar algo clínicamente más complejo: cuando los pacientes se acercaban a puntos clave de su historia, se bloqueaban, olvidaban, se resistían. Esa observación lo lleva a formular la noción de represión: no se trata solo de recuerdos olvidados, sino de recuerdos mantenidos fuera de la conciencia, lo que los analistas de la escuela inglesa llaman saberes no pensados, por ser displacenteros o intolerables para el yo. La operación psíquica de escisión dividía afecto y representación, siendo el destino de la primera un órgano y el de la segunda el olvido, o mas precisamente, el reposo en el cofre de lo inconsciente. Si, se proponían rastrear las vibraciones sensibles de un tesoro en el fondo del océano de la consciencia.
Este descubrimiento transforma el modelo explicativo. Ya no se trata de un trauma externo reprimido, sino de una dinámica interna del aparato psíquico. El síntoma ya no es solo una huella del pasado, sino una formación de compromiso entre deseos inconscientes, defensas y representaciones. Freud empieza a alejarse de las llamadas teorías de la seducción (centradas en vivencias reales, traumáticas y vinculadas con escenas de la sexualidad infantil) y a pensar que lo determinante es cómo el sujeto vuelve fantasía, reprime y sustituye aquello que no puede asumir conscientemente.
En este marco comienza a delinearse la metapsicología freudiana, es decir, un intento por construir una teoría del aparato psíquico como sistema con partes en conflicto: un modelo topográfico, dinámico y económico. Si en medicina un aparato es un conjunto de órganos que funcionan en conjunto, Freud construye uno psíquico compuesto por instancias (inconsciente, preconsciente, consciente) que interactúan de maneras económicas, dinámicas y topográficas.
En paralelo, también se transforma el dispositivo clínico: ya no se trata de hipnotizar para recordar, sino de hablar para asociar. Freud propone la asociación libre como método terapéutico, y con ella nace el dispositivo analítico tal como lo conocemos: una escena de palabra, transferencia y escucha, donde el sentido no se extrae por imposición del analista, sino por trabajo del sujeto. En esta escena el profesional abandona la lógica del excavador y se convierte en continente de las repeticiones y fantasías del paciente, para soñar lo no soñado y pensar lo no pensado. El psicoterapeuta freudiano presta su psiquismo para elaborar lo inconsciente del paciente, esos elementos primarios que no pudieron ser elaborados conscientemente. Ya no es una operación de descubrimiento, sino una elaboración en conjunto.
En este punto del recorrido, ya es posible delimitar una idea central: el objetivo de la psicoterapia, según Freud, consistía en ayudar al paciente a sobreponerse a las resistencias psíquicas y a recuperar, desde la elaboración, el sentido de ciertas vivencias traumáticas. La tarea del análisis no es simplemente recordar, sino poder significar —en transferencia— aquello que fue reprimido porque resultaba displacentero, inasimilable o contradictorio.
Si en un comienzo la histeria era entendida como el resultado de una vivencia traumática reprimida cuya expresión simbólica no fue posible, Freud irá modificando esa idea al descubrir que lo decisivo no es el hecho en sí, sino la forma en que ese hecho fue inscripto psíquicamente. Es decir, si el acontecimiento se reprimió no por lo que fue, sino por lo que representó en términos libidinales.
En ese giro aparece un hallazgo clave: el síntoma como vía de acceso al inconsciente. No como error ni enfermedad en sí misma, sino como formación que condensa una verdad subjetiva. Es a través del síntoma que Freud puede construir una arquitectura del aparato psíquico, y también una lógica del inconsciente. El síntoma se vuelve así una puerta de entrada a una verdad que no es objetiva ni histórica en sentido documental, sino histórica en sentido subjetivo: la historia del deseo, del conflicto, de la fantasía.
El gran descubrimiento freudiano no fue identificar traumas reales reprimidos, sino reconocer que en cada síntoma hay una verdad que porta sentido para el sujeto. Por eso, Freud abandona la búsqueda de la verdad histórica—si el hecho ocurrió no— para centrarse en la verdad del síntoma como formación de lo inconsciente.
Soñar, estremecerse, elaborar
Uno de los grandes giros en la obra de Freud ocurre tras la muerte de su padre, momento en que entra en una profunda depresión. Incapaz de trabajar, emprende lo que podríamos considerar una auto-terapia psicoanalítica, analizando sus propios sueños. Este trabajo, que culminará en la publicación de La interpretación de los sueños (1900), marcará un nuevo hito: el sueño como otra de las formaciones del inconsciente.
Para Freud, los sueños no son mensajes simbólicos a decodificar como alegorías, sino estructuras construidas por fragmentos inconscientes que, mediante operaciones de condensación, desplazamiento y figurabilidad, se presentan disfrazados ante la conciencia. Es decir, el contenido manifiesto del sueño (lo que se recuerda) es solo una versión transformada de su contenido latente (lo que se reprime). A diferencia de lo que sostiene el manual de Hergenhahn, Freud no propone una interpretación simbólica directa del sueño, sino una técnica analítica, inspirada en el método cartesiano: descomponer el sueño en partes, asociar libremente sobre cada una de ellas, y a partir de ahí reconstruir el sentido inconsciente. Fragmentar, asociar, reconstruir. Hacer hablar al inconsciente con una voz que desgarra las escenas oníricas y sus sentidos generales.
En esta línea, Freud continúa ampliando el campo de expresividad del inconsciente. Publica Psicopatología de la vida cotidiana (1901), donde trabaja cómo los olvidos, los lapsus y los actos fallidos también portan una verdad inconsciente. A través del lenguaje, el sujeto dice más de lo que cree, o incluso dice lo que no quiere decir. La lengua habla, incluso contra el yo.
Más adelante, Freud se orienta a construir una teoría más sistemática del funcionamiento psíquico. En Más allá del principio del placer y luego en El yo y el ello, desarrolla una arquitectura del aparato basada en tres instancias: el ello (regido por el principio de placer y fuente de las pulsiones), el yo (instancia mediadora entre el ello, la realidad y el superyó), y el superyó (instancia moral, heredera de las prohibiciones parentales y culturales).
En este modelo, la pulsión ocupa un lugar central. Freud la define como una fuerza que parte de una fuente somática, tiene un objetivo (satisfacción), un objeto (a través del cual se satisface), y un empuje (fuerza directriz cuya potencia depende de la magnitud de la necesidad y de los mecanismos inhibitorios inconscientes). La pulsión es energía psíquica que presiona hacia la descarga, y cuyo destino será decidido por el equilibrio entre las instancias. El yo es quien debe meditar en que objeto de la realidad se satisface la presión pulsional aunque luego es el superyo quien actúa de auditor de esa satisfacción. Este fenómeno de ligadura yoica con entre el objeto y la pulsión es denominado por Freud como catexis. Si el yo no puede mediar entre la exigencia del ello y la prohibición del superyó, puede generarse un conflicto, una defensa, o incluso una anticatéxis: desviar la energía hacia otro objeto permitido.
Este modelo permite entender los síntomas, los sueños, los actos fallidos, y la propia dinámica del yo no como errores o enfermedades, sino como efectos de un aparato que trabaja en conflicto, y un inconsciente que se hace oír aunque no se lo escuche.
Finalmente, los mecanismos de defensa del yo revelan la tragedia constante de nuestra existencia: un yo atrapado entre la pulsión insaciable del ello y la moral implacable del superyo, ese espectro interior que Lacan denomina condición del ser hablante. Freud plantea que, sin la mediación del superyo, no habría diferencia fundamental entre nosotros y el resto de los animales. Para que el yo logre equilibrar estas demandas encontradas, despliega mecanismos como el desplazamiento, la sublimación, la proyección, la identificación, la racionalización y las formaciones reactivas. La proyección implica atribuir al otro aspectos propios, algo común cuando en análisis se habla de familiares o parejas. La identificación funciona como una defensa: adoptamos rasgos de personas exitosas para ocultar nuestra vulnerabilidad, ya sea imitando su forma de vestir o su manera de hablar. La racionalización, por su parte, busca dar sentido a la experiencia desde una lógica neurótica, evitando la duda y la angustia que genera el no saber. Además, el superyo mismo se forma a partir de la resolución del complejo de Edipo, donde cada sexo debe identificarse con el progenitor del mismo género para incorporar su legalidad moral: las mujeres reprimen la hostilidad hacia la madre, y los varones superan el temor a la castración para adherir a los ideales paternos. Así, la obra de Freud no es lineal ni homogénea; atraviesa rupturas y cambios desde una visión inicial centrada en el trauma y en una práctica médica tradicional, hacia una postura que otorga mayor protagonismo al sujeto a través de la asociación libre, la interpretación y el desarrollo de teorías psíquicas complejas que articulan mente y cuerpo.
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