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Del desamor al hueón: crónica de una caída televisiva.

Jun 8, 2025

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Del desamor al hueón: crónica de una caída televisiva.
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Después de que Martina me dejara por un contador con barba prolija y escarapela en LinkedIn, entré en un pozo tan profundo que el algoritmo de YouTube empezó a recomendarme videos de cómo fabricar sogas con materiales reciclables. No era depresión, era Netflix sin ganas.

Mis amigos me dijeron: “Salí, boludo, hace cosas nuevas”. Pero ya había probado todo: yoga, cerámica, Tinder, crucigramas en alemán. Nada servía. Hasta que un domingo, comiendo una milanesa directamente de la sartén, descubrí un canal olvidado entre los 800 del cable. Un canal chileno. Y no cualquier programa. Una novela. “Pasiones Cruzadas”.

Ese fue mi punto de quiebre. O de quiebre hacia arriba.

En esa novela, Macarena (que en realidad se llamaba María del Carmen pero nadie le decía así porque el guión tenía presupuesto para dos nombres por personaje) se enamoraba de Tomás, que en realidad era su primo segundo, pero que se hacía pasar por jardinero para heredar una fortuna.

Era tan ridículamente intensa, tan previsiblemente imprevisible, que me salvó.

Porque cuando estás mal de amores, necesitás algo más patético que vos para comparar. Y créeme, un triángulo amoroso entre un cura, una monja, y un camionero ciego en una novela chilena hace que tu ex parezca un chiste flojo de Jorge Corona.

A la tercera semana ya tenía mis favoritos. No de personajes: de insultos chilenos.

Aprendí que “¡hueón!” puede ser insulto, saludo, súplica, orden o diagnóstico clínico.

Y lloré, lloré fuerte, cuando mataron a Pablito. No por Pablito, que era insoportable, sino porque era la primera vez en semanas que lloraba por otra cosa que no fuera Martina subiendo historias en el campo con el contador y su escarapela.

Empecé a hablar como chileno. A decir "cachái" en las reuniones de trabajo y "al tiro" cuando me pedían algo urgente. Una compañera de oficina me preguntó si me había pegado un ACV.

“No, estoy sanando con ficción latinoamericana”, le dije, mientras miraba por la ventana como si esperara un burro con mensajes románticos escritos en sus alforjas.

La novela terminó. Con boda, con vals, con explosión, con test de ADN en el altar y con una aparición mariana que guiñaba el ojo.

Y me di cuenta de algo tremendo. No extrañaba a Martina.

Extrañaba la sensación de que alguien, en algún lugar, se estaba complicando la vida más que yo, con una producción de bajo presupuesto y música incidental de órgano Yamaha.

Ahora estoy viendo una colombiana. Hay más narcos que personajes.

Pero ya no importa.

Martina volvió a escribirme. Me puso:

"¿Cómo estás? Soñé con vos".

Le contesté:

"Yo soñé que era jardinero millonario con amnesia y que mi perro era mi tío muerto. Vamos uno a uno."

Giovanni Battista Manassero

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