Tienes la capacidad de herirme con el filo invisible de tu mirada, de hacerme desangrar en tu boca con cada pequeño gesto tuyo, convirtiéndote en veneno que recorre mis venas para obligarme a ser de ti.
Tu sombra me reclama, tu piel me arrastra, me arrancas las alas, y la tentación se vuelve imposible de resistir. No hay inocencia en tus labios ni en la forma en que me besas. Todo se convierte en una dulzura que devoro para sellar nuestro pacto en lo más profundo de este pecado.
Quiero entregar mi alma en un suspiro, en todo lo que lleve tu nombre y aliento, porque no me importa que afuera de tu densa oscuridad estén gritando mi nombre en busca de justicia, de alguna esperanza de que vea nuevamente la luz.
Pero solo necesito cerrar los ojos para entregarme al abismo que construiste exclusivamente para mí, aquel que me retiene entre la penumbra, porque es tu voz la que me guía en la crueldad de tus deseos.
Solo puedo sentir la condena grabarse en cada parte que reconoces con la punta de los dedos, con tus manos ásperas, hundiendo tus filosas uñas en mi carne hasta dejarme tatuado con la fuerza de tu desesperación por destruirme, desterrarme de lo que me pertenece y de lo que soy.
Porque este es mi castigo divino, donde acepté que tu crimen también es mío, que elijo morir en tus llamas antes que vivir en un paraíso vacío sin ti.
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