
Siempre quise mudarme a otra ciudad. Mucho tiempo creí que tenía que ver con mis ancestros, que todos, de alguna manera, habían escapado. Sin embargo, siempre hubo una razón que me hizo quedarme.
Mi primer viaje sola, a pesar del miedo que sentía, fue una experiencia de otro mundo. Estar en una ciudad en la que no conocía a nadie, ni nadie me conocía fue tremendamente liberador. De repente, me di cuenta de que podía ser quien quisiera, hacer lo que quisiera, porque nadie me conocía. El miedo mutó a entusiasmo.
Pero la burbuja se pinchó una vez de vuelta en casa.
Creo que, si de chica no me hubiesen infundado tanto miedo las drogas y no hubieran hecho tanto hincapié en el bien y el mal y sus consecuencias, hoy sería, con total y completa seguridad, una drogadicta. No por una cuestión de rebeldía, sino porque siempre he querido escapar.
Sin embargo, he encontrado otras formas. Porque nunca me sentí cómoda en mi piel, nunca me permití sentir, ni ser yo misma. De alguna manera, todo eso me había traído algún tipo de problema en mi niñez, así que fue simplemente la mejor opción, reprimirme.
Pero toda esa represión se acumulaba y en algún momento explotaba. La incomodidad de sentir y de no saber que hacer con lo que me pasaba me llevaban a comer en exceso. Y cuando me sentía tan adormecida y tan aburrida de mi vida, también comía, para así poder sentir algo.
Eventualmente con el auge de las redes sociales, sobre todo con la aparición de tik tok y los reels, volví a encontrar una nueva manera de escapar. Lo eran las series y las películas también, pero esto era más rápido, sin darme ni una chance a que entre un pensamiento y reprima completamente mis emociones. Ojos que no ven, corazón que no siente. Algo así es lo que creía.
Mi tendencia a los comportamientos adictivos está ahí latente, porque no soporto estar conmigo, con mis pensamientos, con mis emociones. Y ni hablar de mi complejo de salvadora: siempre estando disponible para todo y para todos, con tal de no enfrentarme a la incomodidad de llevar a cabo mis propios desafíos.
He tratado de encontrar los por qué. Analizar. Volver a analizar. Claro, para una mente evasora no hay mejor cosa que perderse en sus propios pensamientos. Mi mente tiene tan claro mi forma de funcionar que ha aprendido a manipularme. Cuando me quedo quieta me pide que me mueva. Cuando me muevo me pide que me quede quieta. Es como estar constantemente con el pie en el acelerador y el freno al mismo tiempo.
Pero la vida, el alma, saben que es lo real. Aunque mi mente se la ingenie para confundirme.
Hace tiempo, vengo luchando en vano con estos comportamientos adictivos para evitar la realidad que no me atrevo a mirar porque me duele y no quiero enfrentarla. Y, aun así, la vida me sigue pidiendo, cada vez más insistentemente que pare. Que deje de hacer. Que deje de evitar. Que me siente conmigo de una vez por todas.
Sin desvíos, sin excusas de “tengo que compartir todo esto valioso que aprendo para ayudar a otros”. Porque en ese juego lo único que hago es seguir ignorando que no me estoy ayudando a mí misma.
La vida me pide que me detenga, que deje de escapar. Que no va a pasar nada porque yo decida, por primera vez en mi vida, enfocarme pura y exclusivamente en mí. Entre tanto caos, tanta evasión, tanto consumo, lo único que me pide mi alma es que me vacíe. Que le de voz a todo eso que ha estado doliendo toda mi vida.
Las emociones no expresadas, los pensamientos caóticos, negativos y apresurados. La sensación de que nunca fui suficiente.
Me pide que me haga cargo de todo lo que nadie jamás pudo hacerse cargo, que no pudieron apoyarme, que no pudieron acompañarme. Me pide que por fin me rinda. Que deje de querer controlar. Que todo va a estar bien aun cuando no tenga cada segundo de mi día diagramado.
Que me quede quieta.
Mis sueños van a estar aún ahí, esperándome, que todo lo que es para mí va a llegar, pero primero tengo que estar bien y hacer espacio para que lleguen.
Nunca nada me había aterrado tanto como la idea de enfrentarme a mí misma. Lo he hecho, en pequeñas dosis, escribiendo. Pero al encontrar una manera siempre de poder evadirme nunca logré hacerlo del todo.
Ahora, ya no tengo opción.
No tengo más opción que dejar de luchar conmigo y con la vida. Que empezar a darme todo lo que le he dado a los demás. Que darme a mí misma todo lo que nadie me ha podido dar.
Y este escrito soy yo empezando a vaciarme. Hablando de mí, sin que tenga que servirle a nadie más. Intentando estar acá, presente, así como solo mis palabras escritas me lo permiten.
Esta soy yo, intentando hacer espacio, no se para qué, porque ya ni se qué es lo que quiero de verdad, pero con la confianza de que la vida sabrá guiarme más y mejor hacia aquello que sea realmente mío.
Esta soy yo, quedándome quieta, para que mi cuerpo me muestre lo que duele y así pueda ocuparme de sanar esas heridas que aún siguen sangrando.
Este año me pide transformación. A principio de año creía que tenía que ver con mejorar mis hábitos, empezar a hacer lo que quería de verdad.
Ahora veo que no tiene nada que ver con eso.
La transformación tiene que ser real. De raíz. Solo así puedo empezar a construir una vida que de verdad sea mía, aunque no sepa cómo se vea eso.
Me tomó 33 años llegar a este punto.
Ahora comienza mi verdadero camino de regreso a casa, de regreso a mí.
Anto
Si te gustó este post, considera invitarle un cafecito al escritor
Comprar un cafecito
Anto Gómez | Open Heart
Open Heart es eso, mi corazón abierto. Mi escritura más personal, mientras navego la vida y aprendo a vivirla en presencia y en conexión conmigo.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión