Dejar Ir: Una Charla Desde El Alma

Creo que en cada etapa de la vida llegamos a esos puntos altos donde nos sentamos a conversar con nosotros mismos sobre la dirección que queremos tomar.

Dar un paso grande como soltar es un reto inmenso. No siempre nace desde la tristeza profunda o el enojo… a veces simplemente el alma lo pide, lo suplica a gritos, porque necesita paz y claridad. Quizás es un llamado a volver a nuestro centro, a escucharnos con ternura. Como cuando regresamos a esos lugares de la niñez donde éramos sin esfuerzo, sin expectativas.

Con el tiempo decidí no caminar por otros ni seguir expectativas ajenas. Yo soy como el mar: tranquilo, con olas que van y vienen, pero siempre buscando su propio ritmo, su propia calma. Mis días son lentos y serenos, viajando entre la nostalgia —sin remordimiento— y la presencia del hoy.

No comparto ciertos mundos ni formas de ser, y eso está bien. No necesito ser lo que otros esperan, ni encajar en moldes. Tampoco esperar para ser elegida. Yo simplemente soy. Como el sol de la tarde, como la luna y las estrellas que guían mis noches, con un corazón que late al ritmo de sus propios sueños.

Y sí, querido… yo te quiero, y te quiero tanto. Pero no voy a correr detrás de un árbol sin raíces, con ramas que no saben a dónde ir. El amor que siento es justo, pero no me hace perder de vista lo que merezco: cosas buenas, paz verdadera, y la libertad de elegir mi camino.

Aprendí que decir “no” también es un acto de amor propio. Me permite soltar lo que no crece, cuidar mi energía. Porque amarse es también respetarse, y no quedarse donde no se valora la presencia genuina.

Dejar ir no es perder. Es limpiar espacios llenos de ruido para que la esencia tenga lugar. Es abrir espacio a lo que vibra con el corazón, a lo que acompaña con respeto y amor profundo.

Como los espirales, la vida gira y regresa. Y en este giro, me retiro de donde ya no hay más.

Elijo mi vida pacífica. Sin ruido, pero llena de seres inmensos.