Declaración de amor — Lado B

Soy un ser deseante. Si. Claro que sí.

Yo soy el que la desea.

A veces deseo intensamente, llegando casi al extremo.

Pero también soy ternura, y vulnerabilidad.

Lo físico no está disociado de lo emocional, y eso me humaniza.

Y ella lo sabe. Lo siente.

Porque no solo la deseo con el cuerpo, sino con la mirada, con el cuidado, con el estar.

La deseo en el modo en que se le eriza la piel cuando le hablo, en cómo respira cuando le paso la mano por alguna parte de su cuerpo.

Pero también, la deseo en su alma.

En su manera de leer en voz alta, en cómo mira un cuadro, en la sensibilidad que tiene con el mundo.

El otro día, mientras leía un texto y yo la acompañaba completando la frase, algo en mí se quebró un poco.

No de dolor, sino de emoción.

Como si finalmente alguien estuviese entendiendo el idioma que hablo desde siempre, pero sin palabras.

Fue una manera nueva de decirnos todo eso que no podemos decir en voz alta.

Me emocionó verla mirar los cuadros.

Quise parar el mundo solamente para quedarme viéndola mirar.

Concentrada, sensible, casi niña.

Se reía.

Y yo ahí, deseando quedarme cerca de ella, únicamente para verla ser.

Celebro su existencia.

Eso también es deseo.

Siento que eso es una idea profundamente amorosa: me emociona su sensibilidad, y eso habla de la mía también, ¿no?.

Es casi cinematográfico.

A veces no sé cómo sostener tanto sentir.

Pero ahí estoy.

Presente.

Soy el que se emociona al verla leer,

el que quiere proteger su risa como quien guarda una flor en un libro.

El que en silencio le señala una frase, esperando que ella entienda

todo lo que no me atrevo a decir.

Ella sabe que soy ambos extremos:

la urgencia del cuerpo y la calma de un abrazo sin apuro.

Le pongo alma a todo mi sentir.

Y cuando ella me mira, lo sabe.