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Decisiones

Nahu

Oct 18, 2024

59
Decisiones
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Me encuentro en el vagón de un tren, sentado, mirando hacia afuera.

No hay nada. Trato de enfocar la vista.

Oscuridad y nada más.

Me oprime el pecho, me cuesta respirar.

¿Qué hago acá? ¿A dónde voy?

Miro a mi alrededor, intentando encontrar respuestas.

Es en vano. El tren se mueve.

Siento la vibración bajo mis pies. Las vías suenan, se estremecen; crujen como los dientes de una bestia olvidada, oxidada.

El tren viaja pesado. Las vías están desgastadas de tanto andar.

¿Hola? —digo en voz alta—. ¿Hay alguien ahí?

Nada, absolutamente nada.

Una esfera blanca se alza en el cielo.

¿La luna? ¿El sol?

Qué extraña esfera, o planeta, astro de una galaxia sin descubrir, corona ahora el cielo.

¿Cielo? ¿Acaso es el cielo? Ni siquiera tiene estrellas, ni color.

Es como un lienzo pintado de negro.

La luz de esa extraña esfera se desliza al interior del vagón, y ahora puedo ver qué me rodea.

Penumbras, sombras, figuras se forman.

Hay un hombre sentado al otro lado del pasillo.

Me asusto y me agarro firme a mi asiento.

Él parece notar mi presencia recién ahora y levanta los brazos asustado, cubriéndose la cara.

¡No, no, no! Tranquilo. No te voy a hacer nada —me apresuro a decir—.

Desperté recién, no tengo idea de qué pasa ni dónde estoy —dije, casi suplicando ayuda.

Pensé que eran uno de ellos —me dijo.

¿Ellos? ¿De qué estás hablando? —pregunté.

De esas criaturas, esas sombras. Suben al tren y me hablan —dijo, asustado—.

Me hablan, me repiten cosas, pero no les entiendo. Ayúdame, no sé hace cuánto tiempo estoy acá.

Un sonido fuerte se escuchó, como una sirena.

¡NO! Otra vez, el túnel, las criaturas… ¡ahí vienen!

¿De qué estás hablando? — Respondi

¡Vienen después del túnel! —gritó.

El tren sonó de nuevo, y la oscuridad lo envolvió todo.

Perdí de vista a ese hombre, el vagón, la ventana.

El tren quedó en total oscuridad.

No sé cuánto tiempo pasé ahí dentro, hasta que finalmente volví a ver la esfera blanca a lo lejos.

El tren salió del túnel, y frente a mí se extendía un lago inmenso, que reflejaba la esfera en el cielo. Perfectamente quieto, como un espejo pulido.

El tren estaba sobre un puente que cruzaba este espejo de agua.

Saqué la cabeza por la ventana. El túnel de donde acabamos de salir estaba enterrado en una montaña inmensa, que no vi en ningún momento. Giré la cabeza hacia el otro lado, tratando de ver el final o hacia dónde llevaba esta vía.

Y, del otro lado, había una montaña igualmente inmensa, tanto que alcé la vista y no podía ver hasta dónde llegaba.

¿Qué es este lugar? —quise decirle a mi compañero.

Pero ni siquiera pude terminar la frase.

Él estaba paralizado en el suelo, mirando aterrorizado hacia adelante, señalando con el dedo hacia la puerta del vagón.

Con apenas un hilo de voz, dijo:

Ahí está…

Parado, inmóvil, sosteniendo una pequeña vela, algo que no era humano, pero tampoco animal.

Una figura encorvada, con un velo negro sobre el rostro.

La tenue luz que sostenía iluminaba las sombras de su rostro a través de la tela gastada.

Me pareció ver cómo sus labios se movían al hablar, pero no emitía sonido.

Una voz resonó dentro de mi cabeza, como si alguien hablara al lado de mi oído. Era un eco incesante en mi cráneo:

Elijan.

¿Pero elegir qué? Aquí no hay nada. Ni siquiera sé dónde estoy. ¿Cómo voy a elegir?

Pensé.

¿Por qué estoy aca? —le dije—. ¿Qué queres de nosotros?

Elijan —la voz en mi cabeza sonaba lejana, pero perforaba mi cerebro.

¡Quiero volver! ¡Quiero volver a casa! —dijo el hombre a mi lado.

La criatura no respondió.

¡Volver! Sí —dijo girándose para hablarme—. Volver a casa, pero… —se quedó pensativo, mirando hacia el suelo—. Mis padres murieron, mi esposa me dejó hace años. No sé qué hacer con mi vida, ni a dónde ir —levantó ambos brazos, cubiertos de sangre, con una herida larga y profunda en sus antebrazos que iba desde las muñecas hasta los codos—. ¿Así llegué acá? —me preguntó, mirándome a los ojos.

Luego miró a la criatura.

Él levantó ambos brazos.

Por un lado, tenía una vela encendida en su mano derecha; por el otro, una vela sin encender.

Un eco rebotó entre las paredes de mi cráneo:

Elijan.

Deberíamos elegir la vela encendida —le dije—. Tenemos que volver a casa.

¿Tenes familia?- me pregunto.

No. Soy hijo único, mi mamá murió cuando era chico, mi papá me crió solo, y también se fue hace dos años.

Yo extraño mucho a los míos. Quisiera volver a verlos.- Dijo mientras miraba el vagon del tren.

Elijan — La criatura levantó la mano con la vela apagada, delante de su velo oscuro.

¿Podré verlos si elijo esa? —dijo en voz alta, emocionado.

Y simplemente le acercó la vela apagada.

De eso se trataba —pensó en voz alta—. ¡Tengo que ir a verlos! —y movió su mano hacia la vela.

¡No, es una trampa! Eso no va a ningún lado. Vos lo dijiste, tus padres están muertos —grité.
Sería un tonto si tengo la oportunidad de ver a mi papá de nuevo, si puedo ver a mi mamá de nuevo. ¡Estoy aquí hace años en este vagón! Si esta es la oportunidad, si esta es la elección que tengo que hacer para salir, lo haré —gritó.

Y tomó la vela apagada. Se giró hacia mí, mientras me miraba a los ojos, temblando.

Estoy cansado de sufrir —sentenció, llorando.

Aquel carcelero se le acercó por detrás y le dio la vela apagada, que él sostuvo tembloroso entre sus manos.

La criatura se acercó a su oído. Levantó el velo hasta la mitad de su rostro.

Cuando habló, solo pude quedarme congelado en el asiento, totalmente paralizado. Sentí como si mi sangre se detuviera.

Yo me encargaré de aliviar todos tus dolores.

¡Espera! —grité.

Pero él ya no estaba.

¿¡Dónde está!? ¿¡Qué hiciste con él!?

Pero la criatura no se inmutó. Solo se quedó en silencio.

Volvió a poner las manos en su posición original, colocando ambas velas enfrente mío.

Elige.

Yo también... no tengo nada. Ni padres, ni hijos. Mi trabajo es una mierda. Nunca fui bueno en nada. No sé si acaso alguien se estará acordando de mí ahora. Ni siquiera me gusta la imagen que me devuelve el espejo cuando me levanto por la mañana —mire por la ventana y observé ese paisaje de otro mundo—.

Me sentí mal. El estómago se me retorció por dentro, y sentí la garganta arder. Sin fuerzas, caí sobre mis rodillas y vomité en el suelo.

Al intentar respirar de nuevo, observé que a mi alrededor había botellas de vidrio rotas, agujas y pastillas. Un hedor a alcohol inundaba el vagón.

Ya sabía por qué estaba en ese tren.

Así, de rodillas, miré hacia mi captor. Lo observé detenidamente. Si esta es una nueva oportunidad, la tomaré. Así que le dije:

Todavía hay muchas cosas que puedo intentar, lugares a dónde ir, o quizás otros trabajos que hacer. No tengo idea si en algún momento llegaré a querer a la imagen que veo en el espejo de mi baño —miré a la criatura detrás de ese velo—, pero quiero averiguarlo.

El tren hizo sonar de nuevo la sirena. Empezó a moverse lentamente.

La criatura escondió la vela apagada y se dio media vuelta.

—¡Espera! ¿A dónde vas? ¡Deci algo, carajo! —grité, corriendo para intentar detenerla.

Pero el tren volvió a entrar en otro túnel. La criatura, con la vela encendida, se fue alejando. Corrí y corrí, pero la vela pronto se volvió un punto lejano y luego más y más pequeño hasta que volví a quedar en la oscuridad. Solo.

¡NO! ¡BASTA! ¡QUIERO IR A CASA! ¡NO ME DEJES ACA!
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Abrí los ojos. Estaba muy mareado. Me zumbaban los oídos. Apenas podía ver.

La luz del sol se colaba por la cortina de una ventana, pero me encandilaba, como si me apuntaran con un reflector en la cara.

Quise moverme, pero el cuerpo no respondía. Lo sentía débil, como si hubiera estado semanas sin comer ni beber.

Acostado en una cama de sábanas verde claro, giré mi cabeza y vi que en mi mano había un suero. Sentía la aguja bajo mi piel.

Intenté hablar, pero apenas pude emitir un hilo de voz. De mi boca solo salían sílabas sin orden ni entonación. Ni lógica.

Una enfermera estaba en la cama de al lado, atendiendo a otro paciente.

Creí ver en su rostro una expresión de alivio y sorpresa.

¡Oh, qué bueno que despertó al fin! —se acercó a mirar mi rostro y comenzó a examinar mi cuerpo, el suero y los instrumentos a los que estaba conectado.

Intenté hablar de nuevo, pero todo lo que pude hacer fue casi escupir una palabra.

Duele...

Tranquilo, señor —me habló suavemente—. Lo encontraron a tiempo, y todo salió bien —dijo mientras se levantaba para abrir las cortinas de la habitación—. Tranquilo, sé que le duele, pero lo voy a ayudar.

Yo me encargaré de aliviar todos tus dolores.

Nahu

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