Decisión inapelable
Oct 20, 2025
Sintió un gran alivio al llegar al apartamento y no ver a Juan en su escritorio. No tenía nada en contra del pobre hombre, apenas lo conocía y las pocas veces que habían hablado le había parecido afable, tranquilo y hasta simpático, pero no quería ser él quien le diera la terrible noticia. Era el único miembro de la comisión presente en el edificio en ese momento, y la responsabilidad del anuncio de la decisión de la asamblea recaía sobre él, pero no quería asumirla.
Ni siquiera había asistido a esa bendita asamblea, se encontraba fuera del país, y tampoco se había interesado por el porqué de la decisión, solo sabía que había sido unánime. Por lo que le habían dicho los ánimos se habían encendido, en particular entre la gente del primer piso a la que habían robado hacía unos meses y acusaban al pobre sereno de no dejarlos dormir con tranquilidad. Del segundo piso también se quejaban, alegando que tenían un hijo chico y que con funcionarios así les costaba mucho poder estar tranquilos. Del tercero llegaron también algunas quejas y aunque el resto de los apartamentos no tenían problemas se unieron al reclamo por solidaridad. Todos exigían una respuesta rápida de la comisión para la pronta resolución de esta problemática, por más drástica que tuviera que ser, y por más dura que pudiera resultar para un funcionario que había dado 20 años de su vida al edificio; ya no se aguantaba más.
Así pues, la comisión había tomado la decisión más terrible y le habían encargado a él la tarea de comunicarla. Ese mismo día cuando subió al ascensor se encontró con Mariela, su vecina del 601, que le dijo en tono de reclamo: “Ya era hora de que se hiciera algo con este, no se podía aguantar más, ni siquiera yo podía soportar la situación, y eso que vivo más lejos de su escritorio que el resto”. Y había agregado, con esa sonrisa típica de las arpías que sienten placer al ver morir a su presa débil e indefensa: “Ojalá pudiera estar ahí cuando se lo digas, y ver su cara, muero por ver la cara de ese hombre al perder lo único que tiene, espero con ansias ese momento, que daría yo por estar en tu lugar”. Él no sabía si la mujer lo decía enserio o si era solo una broma, pero después de ver la expresión de sus ojos sintió que no quería saber la respuesta, así que no hizo la pregunta.
No pudo evitar sentir culpa cuando bajó esa noche y vio al portero sentado con la televisión prendida como siempre en su escritorio en el hall de entrada. Nadie se había animado a darle el pésame, nadie había osado tomarse para si la atribución que le correspondía solo a él, nadie había siquiera intentado darle alguna pista al pobre empleado para que se preparara frente al terrible suceso, el cataclismo que estaba a punto de vivir.
Había puesto tanto esfuerzo en evitar pensar en ese momento que había olvidado armarse un plan o un discurso para decírselo, pero sabía que tenía que hacerlo, sino la señora del 601 se lo iba a volver a reclamar, o peor aún, sería ella quien se lo dijera al pobre funcionario del edificio.
Pensando en esto se armó de valor y disimulando su emoción se acercó al escritorio donde Juan, ignorando completamente su presencia y lo que ella significaba para su destino, miraba hipnotizado la pantalla. Le dio la mano y, poniéndole la otra sobre en el hombro, le leyó la terrible resolución de la asamblea:
“Se notifica al señor Juan González, sereno del edificio Buena Vista, que le será terminantemente prohibido escuchar por televisión o por radio los partidos de cualquier copa internacional, regional, o local de cualquier deporte que pueda existir. Los gritos, enojos, insultos y puñetazos contra el escritorio por parte del citado funcionario resultan ya intolerables para los vecinos y se ha decidido proceder de esta manera en pos del buen funcionamiento y la buena convivencia dentro del edificio. La presente decisión es inapelable y tendrá efecto inmediato una vez sea de conocimiento del involucrado.
Sin más, saluda atentamente,
La comisión”
Al terminar la lectura miro al sereno a los ojos y le dio un abrazo. Ninguno pudo contener las lágrimas, ambos sabían que al pobre Juan le habían quitado una parte del alma.
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