Siempre me gustó tu manera de despedirte,
como si no quisieras irte.
Y qué afortunados fuimos,
de podernos decir adiós tantas veces,
aunque, en realidad, una parte de nosotros nunca supo cómo hacerlo.
Una vez, solo te dije adiós,
aunque me moría por decirte "quédate".
Te dije adiós, no sabía qué más hacer.
No quería que te fueras,
pero tampoco creo que pudieras quedarte.
Yo quería quedarme, pero me dolía todo el cuerpo.
Así que tuve que usar lo último de amor que me quedaba
en dejarte ir.
En otra ocasión me dijiste: "Que estés bien".
Qué forma tan terrible de despedirse.
Despedirse en buenos términos no es para los débiles.
La primera vez traté de ser fuerte,
pero un adiós debilita a cualquiera.
Después aprendí que, de todos los dolores,
el único que vale la pena es el de despedirse.
Tuve que aprender a irme de donde quise quedarme toda la vida.
La última vez, no te dije nada.
A veces no se necesita decir adiós para saber que es una despedida.
Aunque dicen que, si uno de los dos sonríe, deja de ser despedida.
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